Friday, December 31, 2010

Momentos 2010

No quiero hacer un resumen de este año. Tampoco quiero un balance, ni nada por el estilo. Pero creo que si empiezo a escribir con la intención de hablar del 2010, es inevitable que aparezcan los recuerdos, esos pequeños (y otros más grandes) momentos que se quedarán en mi memoria y que en uno, dos o quince años más seguirán ahí:

- Pucón, las noches de karaoke, de mojitos, de bailar con desconocidos

- El encuentro con Rodrigo en la calle de Pucón.

- El 14 de febrero con Rocío, quien viajó desde Villarrica y tomó once en nuestra cabaña.

- Nico carreteando en la casa de mi tata

- El terremoto y el momento en que se cortó la luz para volver 8 días después.

- El centro de acopio que armamos en JGM

- Los cabros que conocí…

- La bebida que me compró

- Los pies hechos bolsa

- Acostarme en el pasto del Parque Balmaceda a escuchar música

- Nico y yo en el Baquedano, comiendo churrascos y con ataque de risa.

- Los Periomechones y esa tarde en los pastos con ellos

- Cumplir 21 años y no tener voz

- La “salida de chicas” (mi mamá, Caro, Luzma y yo) para celebrar mi natalicio.

- Las 7 lucas que me gasté en cervezas en el carrete de Sociales (y me las tomé yo sola)

- El Fashion Rock, una RARÍSIMA experiencia.

- Las coordinadoras de campus y mis actas con letra morada (Rox las ama)

- El libro que me prestó

- Conocer a Raoul Vaneigem y su obra. No exagero, me cambió la vida

- El ensayo que escribí

- Las crónicas urbanas y trabajar en Villa Olímpica.

- Todas las marchas

- La funa a Piñera. Aparecí en todos los canales y todos los diarios. Mi familia lo recibió con una resignada frialdad. Saben que me "perdieron".

- Las colombianas que me refugiaron en su peluquería, cuando yo huía de los pacos. Una persecución salvaje e injustificada.

- Mi primer año en el CECo y todo lo que eso significó: decirle adiós a las vacaciones de invierno, responder un promedio de 20 mails diarios con dudas de mis compañeros, pasearme como Pedro por su casa (?) por el Olimpo, organizar un montón de actividades, mandar otro montón de mails, informar, hablar, pasar por salas…

- Estar muy enferma. Odiarme por eso. Perdonarme. Cuidarme.

- El sushi que compartí con Josefa, y las conversaciones que nos hicieron más amigas.

- Los almuerzos con Amancay, los cafecitos, las conversas por msn, su atención, nuestra amistad.

- Beber alcohol en la vía pública con Eva, una de mis más queridas mechonas.

- El pañuelo que me dio un tipo en la micro. Me llamaba "preciosa" y me daba su número de teléfono.

- La comida china con @guillermojarpa

- El cumpleaños de Nico: chorrillanas, chelas y fiesta de los 90s. Correr con Romina a la pista a bailar “Suave” (del gran Luismi), ver a Nico Binder bailando la Macarena y el tipo que me miraba hasta que se acercó a regalarme un ron.

- Los más de 4 (después perdí la cuenta) terremotos que me tomé en la gran tocata PAN-FEL, también conocida como Battle of JGM.

- El sagrado vaso de fruta picada y miel que le compraba a los compas de Filosofía.

- El concierto de Álvaro Scaramelli, al que fui con Nico. Queríamos burlarnos y terminamos coreando cada hit.

- El carrete donde Elías. Ahí conocí a varios cabros de Ciencias.

- Cuatro días de carrete: el 18. Conocer a Tomás y Fabián, los antumapinos más motivados y tiernos que existen, y hacernos amigos tomando en la plaza Brasil.

- La fonda FAU. Pisar botellas rotas, reencontrarme con Romina, bailar toda la noche.

- Cada conversa en msn con Conny Bojanic (@queen__bitch), cada Báltica que le compramos al team Pelayo-Diego-Martín, cada confesión. Los pies de cueca en el ICEI. Las idas al @SNScafe

- Mi segundo año como ayudante de Arancibia. Hubo respeto y cariño mutuo entre el profesor y yo, y entre los muchachos y yo. Aprendí mucho.

- El carrete de aniversario ICEI, en el Centro Arte Alameda: todos demasiado borrachos, los vidrios empañados, la música de Madonna y Charly García…

- Las galletas de Miño.

- El sixpack de Stella Artois que compartí con Nacho, comiendo almendras (que trajo él) y chocolates (que compré yo)

- Cada conversación (por el medio que sea) con la buena de @pamdavinci

- Ver Que pena tu vida junto a Martín. La primera salida. No pudo ser mejor.

- La campaña de Mario concejero FECh.

- Conocer en persona a @Galdar y compartir un buen rato en el @SNScafe

- La conversación con Tito sobre situacionismo y sobre cómo el trabajo nos mata día a día.

- Que - en un rato gesto- Vera Meiggs permitiera que los Cinemechones votaran un paro en su clase. Llamó "segovistas" a los que votaron que no.

- La muerte de Beto

- La (fallida) invitación del querido Javi a conocer el patio de comidas del Portal Ñuñoa (?). Él, siempre tan lindo, quería que yo dejara de llorar.

- Ganar nuevamente el CECo, por sólo 5 votos. One more PAN.

- Simplemente, EL ABRAZO.

- Javi reemplazando “Papitour” por “Fletitour”

- La despedida de Felipe y Natybell.

- Una navidad llena de risas y chistes crueles.

- La última semana del año

- La antepenúltima tarde del año

- Otras cosas que no se pueden contar…


Wednesday, December 22, 2010

FIEBRE DE NAVIDAD

La mejor navidad de mi vida fue la del 2000. La pasé con mi mamá, en la casa. Recuerdo que fuimos a un Santa Isabel cercano a comprar todo para la cena, y aunque no tengo idea qué comimos, sé que entre las compras había champiñones. Creo que por eso los amo tanto. Después fuimos a la famosa misa del gallo. Yo estaba muy chica como para negarme, cosa que sí hice terminantemente hace un par de años. No quiero nada con la religión.

Esa vez, me dejó sentarme en la cabecera de la mesa. Conversamos mucho sobre libros, como hasta el día de hoy hacemos. Había una luz tenue. Aún armábamos arbolito, y sus luces llenaban el living de colores. A las 12, los regalos: lentes de sol –los segundos de mi vida, yo creo-, otras cosas que no recuerdo y El Caset Pirata, de Los Prisioneros. Ese es el disco en vivo que habían lanzado pocos meses antes, y que mi mamá me ofreció a cambio del Tributo. “En El Caset… cantan ellos. Es mejor, ¿no?", me dijo para convencerme. Claro que tenía razón.

Releyendo estos dos párrafos me doy cuenta de que quien los lea pensará que no es gran cosa, es una navidad más. Pero fue la mejor por la compañía de mi mamá, por la confianza, por la conversación, incluso por la comida, porque marcó mi historia como fan de Los Prisioneros, qué sé yo. Es fácil de sentir pero difícil de explicar. Le tengo cariño y es la navidad que más recuerdo, más que las navidades en Arica o las otras que he pasado aquí en Santiago. Simplemente fue la mejor, y ninguna le ha hecho (y quizás le hará) el peso.

Ahora es distinto. Uno crece y la navidad se transforma en un mar de gente en ferias repletas, en bolsas, en señoras sudorosas que corren tras la oferta de último minuto. Se convierte en las noticias sobre las compras de última hora, en los malls y sus ventas nocturnas, en el trabajo sin descanso. Este país hace que todo sea peor. Al mar de gente se suman los treinta y tantos grados de temperatura, la venta de bebidas para pasar el calor, las noticias sobre este tema, y vamos de nuevo convirtiendo todo en espectáculo. Como si la navidad en sí misma no fuera un gran espectáculo donde todo queda reducido a comprar. Me pregunto cómo lo hacen los papás de los niños para mantener la magia en medio de todo este caos.

Quizás era igual cuando éramos niños y no nos dábamos cuenta. Yo también recibía montones de regalos cuando era muy chica, no reniego de eso. El montón fue bajando con los años, claro está. El año pasado, por ejemplo, mi abuelo no me compró nada, porque instalaron la política de no meterse en multitudes. A mí me parece bien. Yo tampoco compré regalos para nadie, ni siquiera para mi mamá, a quien puedo regalarle algo en cualquier otro momento del año. Prefiero pasar estas fiestas relajada, con mi familia. Comer algo rico y compartir. Llamar por teléfono a la gente que me importa y así demostrarles que los quiero. Nada de compras desesperadas, de endeudamiento ni de sobreexigencia a los vendedores que trabajan sin descanso.

No quiero hacerme parte de una fiesta donde poco se celebra, donde todo el estrés queda en nada. La dinámica que ha adoptado la navidad no hace más que deshumanizarnos, y eso a mí no me interesa. Voy a resguardarme lo más que pueda.

Tuesday, December 21, 2010

11 en un ascensor



Hace unos días estoy haciendo una lista de cosas que quisiera hacer antes de irme pal patio de los callaos (?). Últimamente la vida se ha encargado de recordarme -recordarnos- cuán frágil es, que hay que aprovecharla y que cada momento, ya sea solo o con una persona, podría ser el último. La última vez que vi a Beto en la sala de computación es el ejemplo perfecto de esto que estoy diciendo, pero eso es tema para otra ocasión.

Hoy iba a ser un día no tan especial. Un día, simplemente. Hice una escala en el @SNSCafe para comprarme un jugo, conversé con uno de los compadres que atiende ahí (nos "conocimos" en persona) y buena onda. Después fui a la capacitación de Monitores UChile, y finalmente -eso creía yo- fui a buscar un cheque que me tenían hace como dos meses. Bacán. Estaba a punto de virar cuando me encontré con Turrón, Secretario General FECh, quien me preguntó si venía a la reunión de aranceles. Decidí quedarme. Al rato llegaron los demás de la mesa FECh y presidentes del Centros de Estudiantes, entre ellos José Reyes (alias "Cáncer"), un bacán que cuando me vio, me dijo "CECa".

La cuestión era en Torre 15. Yo, que he estado muy distraída, juraba que íbamos a una funa. Por eso decidí quedarme. Pero no, la cosa era una reunión en el piso 20. En un ascensor se subieron los de la FECh, y en otro los de Centros de Estudiantes (sí, yo soy Secretaria General del CECo 2011, por si alguien no sabía). Éramos 9. Cuando casi nos íbamos, llegaron dos compas más.


Todos apretados, empezamos a subir. Cuando íbamos llegando al piso 7, el ascensor hizo un ruido raro, y se quedó parado. Estábamos en el piso 5. Un gran "oooh" fue seguido de una serie de comentarios: "Cresta, estamos atrapados", "Somos 11 hueones en esta cuestión", "Cómo pedimos ayuda", etc. Hacía mucho calor, estábamos apretados unos con otros y no sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar ahí, lo que de inmediato nos llevaba a la pregunta por el aire. Once personas respirando haríamos que el oxígeno se fuera demasiado pronto.

Eran diez cabros, y yo. La única mina, que encima no encontró nada mejor que justo ese día ponerse faldita roja - la pollera colorá- sin calzas debajo. Joder. De a poco se nos fue pasando el urgimiento y pasamos a la risa, a decir que "Estamos bien en el ascensor los 11", que seríamos mártires de la educación pública, que moriríamos ahí, y que en nuestro nombre pondrían una placa conmemorativa. Risas nerviosas.

Mientras tanto, José apretó el botón de emergencias y explicó lo que estaba pasando. Unos minutos después llegó personal de la Torre a sacarnos y hacer chistes (-¿Cuántos son? - Once - Ah, sólo podemos sacar a diez). Un compadre y yo sacábamos fotos. Lograron abrir la puerta y salió el primer muchacho, Fabrizio Cuevas. Mientras, seguían los chistes sobre la cápsula Fénix y los mineros. Yo, que seguía sacando fotos, escuché que desde afuera decían "la mujer, la mujer". Se referían a mí. "No me puedo subir, ando con falda!", dije. "Qué te importa, o te vas a morir", me dijo José. "No me miren nada, ah?", dije antes de que Nico Flores, Presidente de Bachillerato me hiciera piecito, y desde arriba me tendieron las manos para subir. Fabrizio me ayudó. Después de mí, siguieron saliendo todos, guitarra de José incluida.


Afuera seguíamos con las bromas. Cuando salimos todos, dimos las gracias a nuestros rescatistas y subimos al piso 20. Por escalera, claramente.



Sunday, December 12, 2010

EL ABRAZO




Llegué recién a casa. Anoche fue El Abrazo. Tengo el pelo amarrado con un moño, pero aún así está todo desordenado. Tengo mis jeans, mis North Star, la cara sin maquillaje y quemada por el sol y lo mejor de todo: mi polera de Jorge González y Charly García.

(ahora, mis impresiones y recuerdos del grandioso día de ayer. No están en orden)


- Fui con @paulyprisionera, @luisortega90 y @jano_. La de ayer fue nuestra primera vez en cancha VIP. Después nos encontramos con @pipe_aravena y @natyruminot. Al raaato llegó @beatcamilo

- Justificamos (?) las 25 lucas que nos costó la entrada (en realidad costaba 46, pero nosotros aplicamos 2x1) aprovechando de sacar todo el bloqueador solar necesario para no quemarnos más de la cuenta. Era gratis.

- Maestros Los Bunkers, quienes abrieron El Abrazo, a las 15:20. Partieron con Pequeña serenata diurna + La exiliada del sur. Bonita versión de Quien Fuera, y los clásicos también fueron muy buenos, sobre todo Miño y Ven Aquí.

- Fue muy chistoso ver cómo Adrián Dargelos, a quien Los Bunkers invitaron a cantar Llueve sobre la ciudad no se sabía la letra y se dedicó a leerla. Lo único que conocía era el coro; en esa parte bailaba y hacía cosas, pero en las estrofas se instalaba al lado de Francisco y leía la letra que estaba en el teclado.

- La Pía del 2006-2007 hubiera alucinado sabiendo que Denisse Malebrán, Nicole y Javiera Parra cantando juntas. Pero la Pía del 2010 ya no raya con esas minas. Nicole fue mi primera ídola, cuando me enamoré de ella a los 6 años. Lejanos días: tenía del caset de Esperando Nada, un poster gigante de ella y me sabía todas las canciones. Ahora no. Lo mismo con la Malebrán, cuando estaba en Saiko y yo la adoraba. Para qué hablar de Javiera Parra, cuyas canciones me transportan de inmediato a los noventas. Ahora todo eso es pura nostalgia, y si bien bailé y canté Soy tu Agua, ya no es lo mismo. Es pasado.

- Igual salvó el cover que se mandaron de Símbolo de Paz junto a Fabiana Cantilo.

- Así y todo, creo que si defendían tanto eso de "ay, estamos sacando la cara por el rock femenino" debieron cantar alguna canción hecha por una mujer. Algo de Violeta Parra o Mercedes Sosa.

- Ayer me cayeron especialmente mal esas "cosas" que hace Claudio Valenzuela con su voz. Eso de cambiarle el tono a las canciones y decir cuestiones que ni se entienden me pareció un recurso muy gastado y que no venía al caso para un festival como El Abrazo, y sobre todo para ese momento de la tarde, donde todos queríamos saltar, no escuchar aullidos, gemidos y balbuceos. Mal elegido el repertorio, sólo rescato Cuando Respiro en tu boca, Fe ("Fail", como cantamos con Luchín) y A Perderse. Incluso creo que Mil Caminos -mi favorita- estuvo fuera de lugar.

- En lugar de Lucybell, hubiera preferido a De Saloon.

- Las minitz de Qué Pena tu Vida presentaron a Babasónicos y después, Nicolás Lopez y Eli Roth presentaron a Beto Cuevas. En ambos momentos me acordé de @mapc.

- Me quedé con las ganas de escuchar Los calientes en vivo. A falta de ese temón, bueno fue Irresponsables.

- El guitarrista de Spinetta era igual a @sebasecas. Bonito el rucio.

- Aún no entiendo por qué Fabiana Cantilo no tocó su máximo hit de la vida: Detectives. Por último, que hubiera tocado Mary Poppins y el deshollinador, o ya sé, ¡Mi enfermedad! Pésima elección, ¿alguien asesora a esa mujer?

- El cover que Joe Vasconcellos hizo de Alagados, de Os Paralamas do Sucesso fue uno de mis momentos favoritos de toda la jornada. Esa canción me hizo recordar a @mechtac

- Y cantó con Bahiano. Bacán.

- Grité como vil calcetinera con Beto Cuevas. Y ni siquiera lo encuentro tan rico. No es mi tipo (¿tengo un tipo?)

- Beto tocó Tejedores de Ilusión, Aquí y El Duelo. Como nunca vi en vivo a La Ley, tuve que conformarme.

- Esa pareja de rucios que llegaron cuando estaba tocando Spinetta nos arruinaron el momento, pero después era divertido ver cómo la tipa lloraba y él le cantaba las canciones al oído, peleaban y agarraban, ella seguía llorando con las canciones del Flaco y luego volvían a agarrar.

- Yo no quiero volverme tan loco (de Charly García) es una de esas canciones que lo dicen absolutamente todo. Fue bonito cantarla completísima.

- Había olvidado El Rap de las Hormigas, pero Charly la tocó ayer. Es un temón y volví al colegio y al 2001, a mi pieza soleada, mi radio de submarino amarillo, los casetes y Cuerdas Locales.

- Rezo por vos, Demoliendo Hoteles, No voy en tren... había una niña como de 10 años que se sabía absolutamente todas las canciones de Charly y Fito, pero no cantó ninguna de La Voz de los 80. Igual saltó y lo pasó bien con el show de Jorge. Ojalá a partir de hoy quiera escuchar a Lo Prisioneros.

- Me dieron ganas de ir a un carrete donde sólo se bailen canciones de Charly y otros masters de los ochentas. Le dije a los cabros y a ellos también les gustó la idea.

- Vi hartos cabros de Sociales que probablemente no me conocen, pero yo sí los ubico.

- Del ICEI: Chato, Fran, @jen_abate, @paulitersiana, @jsaezleal.

- Como dije al principio, me compré una polera en el stand donde vendían jockeys a 5 lucas (!). La polera me costó 7, y tiene a Jorge y Charly. Muy bonita. Acá hay fotos, por ambos lados:





- Ver a Fito en vivo fue una locura.

- Ciudad de pobres corazones me recordó las primeras biografías que leí de Fito y la historia de esa canción. Lo imaginé componiéndola, en realidad, haciendo ese disco completo.

- Mariposa Tecnicolor me llevó a 1995, a los 6 años, al colegio y su videoclip, que vi por primera vez a esa edad. Volví a verlo muchos años después y comprobé que no había olvidado el detalle de los girasoles. Fue una de las canciones que más disfruté ayer, siempre me conmueve.

- "A mí me gusta cantar, y me muero con Fabiana Cantilo" - Fito, en Circo Beat. Yo dije "uuuii". Fue instintivo (es que leí muchas biografías cuando era chica).

- Fabiana Cantilo estaba demasiado ebria. Era obvio. Cuando salió a cantar A rodar mi vida se le notó demasiado. A nosotros nos dio entre risa e incomodidad.

- Vivimos un concierto con lluvia, que nos empapó durante el show de Charly y nos hizo temer que se suspendiera todo y nos quedáramos sin ver al Master (Jorge González). Por suerte paró a tiempo.

- Conmovedor el video homenaje con el hashtag #fuerzacerati, y también fue lindo el cover que hizo Spinetta de Té para tres. Vi a hartos llorando.

- Calamaro tocó Paloma. Nada más que decir.

- De todas maneras, yo quería y sigo queriendo Para no olvidar.

- Cuando Jorge tocó me volví mono. Salté, canté, bailé y grité igual que en 2001, cuando vi a Los Prisioneros en el Estadio Nacional y tenía 12 años, y fue el día más feliz de toda, TODA mi vida.

- La caballerosidad no corre entre los rockstars, parece. Me dio lata, me sentí mal al ver a Jorge retirándose indignado porque Calamaro empezó su show y no lo dejó hacer su bis junto a Gustavo Santaolalla.

- "El conchesumadre que dirige El Mercurio... ¿cómo se llama?" - Jorge, refiriéndose a Agustín Edwards.

- "...Vas a la cárcel si no tienes que comer... pero si robas de verdad te hacen presidente de la república, si eres un verdadero ladrón"- Jorge, en No Necesitamos Banderas. Obvio que esa canción debía llevar un discurso, y qué discurso nos dio el master. Ahí me di cuenta de que lo extrañaba mucho, que sus palabras siempre son necesarias y que esa lucidez y esa sinceridad son propias de él, y ningún otro rockerito chileno nunca, jamás podrá siquiera hacerle el peso. Tampoco les interesa demasiado, ellos puro quieren cantarle al amor, al desamor y a las minitas. Lo único que les interesa son ellos mismos, ser shuperloquis y amados por sus fans. Cero interés por el puto suelo que están pisando y por la realidad que los rodea, de la cual se abstraen sin siquiera arrugarse. Ni un brillo tener músicos así. Hasta donde yo sé, el rock es rebeldía, pero el escenario actual nos muestra que los músicos -por lo menos los más famosillos- son pura sumisión, que no cantan para concientizar sino que sólo lo hacen para autosatisfacerse y anestesiar a quienes los escuchan. Ya, eso puede funcionar por pequeños y puntuales momentos (porque todos nos enamoramos y la sufrimos, etcétera etcétera), pero un país como este necesita otro tipo de discurso, un discurso contrahegemónico y masivo, como el que tiene Jorge.

- Sí: lo extrañaba mucho, mucho.

- Ayer estuve más de acuerdo que nunca con Emiliano Aguayo: Jorge es el único rockstar chileno.

- Me duele el cuello, me duelen los hombros. Apenas puedo mover la cabeza. Pero eso también me alegra.


Conclusión: ¿tiene que haber una?


En conclusión: escuché con el cuerpo. Y lo pasé increíble.


Thursday, December 09, 2010

Fin de semestre. Peor, imposible

A dos días del fin del segundo semestre, examino una entrada anterior donde escribí con bastantes expectativas, poniéndome ciertas “metas”. Cosas sencillas pero que me exigían ordenar mi vida, alejarme del borde del abismo donde la llevé el semestre pasado, cuidarme un poco más, demostrar un poquito más de interés por mi salud o si se quiere, parar con la autodestrucción a la que me había acostumbrado.

Era agosto y yo, chata y agotada por culpa de una toma de ramos a la que el adjetivo de “desastrosa” le queda chico, me propuse lo siguiente (sí, igual tenía fe):

- Almorzar decentemente todos los días.

- Dormir lo suficiente.

- Demostrar seguridad.

- Decir lo que pienso.

- Hacer las cosas bien.

- Y pese a todo, tener vida.

Y sobre eso, puedo decir: sí dije lo que pienso y la mayoría de las veces demostré seguridad. No almorcé decentemente (sigo llenándome con cualquier cosa, por lo tanto, la promesa que le hice a mi familia, a mi doctora y a mí misma se fue a la chucha), no dormí lo suficiente (todo lo contrario. Resultado: estar conectada a horas inverosímiles, andar quedándome dormida en casi todos los rincones y tener patéticos niveles de asistencia a clases), y creo que tampoco tuve mucha vida. Es cierto que me boté al traggoh unas cuantas veces, disfruté los viernes, la compañía de mis amigos y una que otra escapada a comer comida china, pero sé que todo esto no fue suficiente. Sé que he postergado a muchos amigos que me han tenido una paciencia tremenda, que tengo muchos cafés y conversaciones pendientes, y que mi cabeza tiene que vaciarse alguna vez y soltarse de tamaño estrés. Pero me cuesta demasiado. Si alguien leyó mis 5 Fragmentos podrá entender por qué es tan difícil.

(y no sé si hice las cosas bien, muchas veces me dediqué a apagar incendios…)

Ahora, fin de año es una tortura y no sólo por la cantidad gigante de trabajos que hay que hacer. Quejarse sólo por eso sería de mariquitas. Es todo. Es el ambiente, las tensiones, el cansancio, ir al mall a comprar un celular y volver a mi casa con ganas de llorar, es el sistema, el flujo permanente, la injusticia del día a día, la producción que no se termina nunca, las relaciones destrozadas, la falta de tiempo para verse, Internet que lo distorsiona todo, las mentiras, la sensación de que te esconden cosas, que alguien no te está diciendo la verdad, que las cosas no cuadran, que todo fue falso, que te equivocaste y ahora no sabes qué hacer con ese error, las recriminaciones, el miedo, las presiones… no quiero seguir enumerando, es todo. Todo lo que mencioné me ha afectado o me afecta de alguna forma y ahora me pasa la cuenta. Y de verdad es insoportable. El semestre se acaba y no nos da tregua. Nos destruye y nos pone a prueba.

¿El porqué de esta entrada? No sé, me salió. Hoy fue un día especialmente convulsionado. La ansiedad, que se junte todo, la noticia del suicidio de Roberto…

Saturday, November 20, 2010

5. Fragmento

Detengámonos aquí. Creo que la juventud es la última oportunidad que tenemos para desordenar todo. En esta parte, tú me confrontas y me dices que opinas lo contrario: que a los viejos están frustrados y les da flojera seguir luchando porque han pasado por muchas derrotas y eso los deprime, cosa totalmente entendible. Según tú, nosotros en cambio tenemos toda la vida por delante y no hemos vivido grandes fracasos. Yo acoto que digo que es “la última chance” porque tenemos veinte años y en este momento de nuestra vida tenemos el mínimo (muy mínimo, pero mínimo al fin) de madurez que se necesita para emprender cualquier lucha, porque tenemos tiempo y no tenemos que trabajar, debido a que la mayoría de nuestros contemporáneos se limita a estudiar.


En términos de perspectiva, si la juventud mira hacia adelante, los viejos viven algo completamente distinto. Consagraron su vida al trabajo y cuando llegan a la edad que tienen, se dan cuenta de que no vivieron nada, es decir, tuvieron una vida pero la malgastaron en la fábrica o en lo que sea que hayan hecho, sin tener ni un instante de pasión. Para ellos todo fue producción y nada de relación.


De hecho, pienso que la universidad es una suerte de “luna de miel”, el último instante de libertad y despreocupación que nos queda antes de insertarnos para siempre en el trabajo asalariado. Es cierto que somos sujetos productivos desde que nacemos y que incluso cuando creemos estar entregados al ocio estamos trabajando, pensando en trabajar o incluso deseándolo ¿No te ha pasado que en medio de una fiesta, cuando deberías pasarlo bien y olvidarlo todo, sólo puedes tener en mente pruebas, trabajos y reuniones, y anhelas volver al puesto de trabajo para hacer lo que tengas que hacer? ¿Cuántas veces has dejado de visitar a tu familia o de compartir con ellos una sobremesa porque estás inquieto, y sólo quieres instalarte frente a los libros o el computador y hacer cosas? Eso es la culpa. Confesaré con vergüenza que frecuentemente la siento, y me exijo seguir adelante y hacer muchas cosas; me invento trabajos y si llego a instalarme a leer o ver alguna serie de televisión no lo hago en paz, porque mi mente está en los trabajos que vienen, en los estudios, la organización y otras cosas que hago pero que en esta ocasión no detallaré.


Aquí volvemos a chocar, porque si bien coincidimos en todo, me cuestionas algo: la universidad como espacio de libertad. Tú consideras que es lo contrario, en el sentido de que, si bien no es tan indigno como el trabajo asalariado, el trabajo universitario hace del estudiante una persona miserable que tiene que dedicar gran parte de su vida, sino la totalidad de ella, a la universidad, que si bien incluye amistades y diversión, esencialmente significa estudiar, cuestión que acarrea muchas otras cosas: estrés, falta de sueño depresión, hasta suicidios. Entiendo tu punto, ya que sé de algunas cosas que enumeras. El estrés es mi copiloto y hasta hace poco tenía récords de vigilia, hasta que decidí cambiar esos hábitos nefastos y acostarme temprano.


En fin. Quisiera acusar es la existencia de un doble juego. Por un lado está nuestro caso, donde tenemos la posibilidad y la suerte de estar en la universidad y con eso, poder “hacer cosas”, ya sea porque conocemos gente que piensa como nosotros (así nos conocimos, recuérdalo), porque tienes una relativa libertad, nadie te molesta y podríamos creer que existe un cierto pluralismo. Puedes formar colectivos, aprovechar lo que estudias para trabajar con pobladores y ayudarlos en su lucha por una vivienda o por la reparación de los daños que dejó el terremoto. Se pueden hacer muchas cosas por "la causa". Sé que entiendes lo que te digo y que ahora mismo piensas en tu propio trabajo, así como yo digo todo esto pensando en el mío. El punto ahí es que, por otro lado, además de lo esclavizantes que son los estudios, si queremos hacer algo por la causa, tenemos que dedicarle tiempo, energía y amor, y nos amarramos a mas y mas pegas.


Entonces, podemos odiar el futuro profesional que nos espera. En este preciso momento tendemos a ver la explotación que viviremos como algo que viene, que es inminente pero podría decirse que lejano aún, porque aunque no nos guste, estamos en una burbuja donde hacemos convivir lo obligatorio de los ramos con las pegas que hacemos voluntariamente, pero que son pegas al fin y al cabo, con todo el desgaste que eso implica.

Si te fijas, pensamos bastante parecido. Venimos de mundos distintos, de experiencias distintas que llevamos interiorizadas en nuestra subjetividad, en tanto somos seres históricos. Nuestras especificidades chocan en tanto que son distintas, se modifican y crean relaciones nuevas. Un ejemplo claro es esta conversación. Ahora que está más avanzada puedo advertir la verdadera motivación de toda esta aparentemente inútil problematización.

Cuando Vaneigem pregunta “¿Sientes la necesidad de hablar con alguien que te entienda y actúe en el mismo sentido que tú (rechazo del trabajo, de las obligaciones, de la mercancía y de la verdad de las mentiras que constituye el espectáculo?”, sólo puedo pensar en mis compañeros. En algunos más que otros, pero también en ti, que eres el punto de partida de este diálogo. Lo que puedo extraer de esa interrogante es que las palabras tienen que derivar en acciones. De no hacerlo, es pura burocracia, pura palabrería sin rumbo que enfrenta directamente a lo que realmente necesitamos: proposiciones concretas, hacer cosas. Salir a la calle y desordenarla, no quedarnos en el lamento ni en el consenso de lo malvados que son los pacos o los políticos.

Me mostraste otra cita de Vaneigem, que aparece en el Tratado del Saber Vivir para el uso de las Jóvenes Generaciones: “los que hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse explícitamente a la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de subversivo en el amor y de positivo en el rechazo de las obligaciones, tienen un cadáver en la boca”. Esa subversión es la que quiero, la que queremos: una rebelión donde cada palabra, cada grito y cada paso que demos sea intenso, donde lo sintamos de verdad, tanto así que ese sea el estilo de vida que podamos darnos el lujo de escoger; una vida vertiginosa, bien aprovechada y sobre todo, feliz. Esa lucha puede ser todo lo cansadora que se quiera, pero es lo que nos gusta. Y vamos por esa búsqueda “de lo vivido auténtico, no falsificado, no invertido, no sacrificado. Aceptarse tal como uno es, en su especificidad concreta, es una conquista que supone la liquidación del sistema mercantil y la organización colectiva armonizada de las pasiones individuales”.

Entonces, alégrate. Puedes sonreír; yo también lo haré porque creo entender el sentido de esta búsqueda que sí vale la pena. Nada de griegos acá, ni de la luz de la verdad ni nada parecido. La búsqueda de la felicidad que hemos de emprender debe aplicarse a la vida cotidiana. Para que cada día no sea uno más, uno que da lo mismo, que quieres que se termine pronto y olvidarlo para siempre. No, tenemos que ir por algo distinto: por una vida de verdad donde podamos darnos el lujo de sentir intensamente y sin vergüenza, y donde seamos capaces de deshacernos de todos los preceptos que ahora nos amarran; que olvidemos que la esclavitud “te dignifica”, que dejemos de competir con el vecino en función de quién es el más trabajador. Que la diversión deje de ser mal vista por los más moralistas y que nos la convirtamos en la vida misma, una vida donde cada experiencia sea una aventura nueva y la capacidad de asombro no termine jamás.

No lo olvides: cuando a veces te sientes tan desgraciado y no sabes muy bien el porqué, cuando cambias los lienzos por más horas de sueño, cuando en medio de divagaciones te enfrentas a cuestionamientos como los que hemos enunciado e intentado desarrollar, empezaste tu travesía hacia la verdadera vida.

Si estamos hartos del dinero, de la apariencia de la vida, de la concentración del poder, la segregación y la represión, ya estamos luchando. Si el hartazgo nos conduce al deseo del sabotaje, ya empezamos a andar. Ya estamos luchando por una sociedad de decisiones colectivas, donde “las divergencias entre los individuos y los grupos se dispongan de tal manera que no concluyan en mutuas destrucciones sino que, por el contrario, se refuercen y beneficien a todos”. Luchamos por un equilibrio, por una sociedad justa y sin barreras, donde la diversidad sea base de la armonía que constituye el ambiente ideal para la felicidad de todos, para una explosión de sentimientos y la liquidación de prejuicios de raza o nacionalidad.

Somos gente que hace cosas. No pensemos en el desgaste de reuniones y articulaciones, de redacciones y movilizaciones. Nos agota y nos gusta, porque nos da energía, vínculos, fuerzas y nuevas experiencias. Ahí está la vida, en pequeñas chispas. Así lo veo yo, le llamo “vida” a expresarme porque en esos momentos estoy sintiendo. Me pasan cosas y siento que despierto. En esos instantes me libero de la modorra de la rutina; por eso tenemos que intervenirla las veces que sea necesario.

Alégrate. Ya estamos luchando.


FIN



Wednesday, November 17, 2010

4. Fragmento

...En realidad, estamos cumpliendo un rol que nos corresponde de acuerdo al lugar que ocupamos en esta sociedad. Tú eres de los que piensa que hay que reunir todos los esfuerzos para poder construir bases para la revolución. Ese es el único camino para poder crear un movimiento revolucionario y estudiantil que sea fuerte y permanente. Para aglutinar hemos asumido el papel de aunar criterios y diversidades. Otros han tenido que consagrarse a otro tipo de labores. La división del trabajo deviene en la aparición de funciones, siendo la intelectual correspondiente al amo, y la manual al esclavo.

En su condición de asalariado, el esclavo se ve obligado a sacrificar un mínimo de ocho horas de su vida para convertirlas en trabajo, a cambio de una minúscula cantidad de dinero. El resto se lo queda el patrón, lo sabemos bien. Es algo que vemos todos los días; si te digo “dieta parlamentaria” sabrás a lo que me refiero. Incluso en Rebelión en la Granja, George Orwell lo ilustra en la figura de los cerdos, quienes basan su supremacía en la explotación y el maltrato hacia los otros animales, quienes hacen el trabajo sucio mientras los cerdos comen mejor que nadie y gozan del ocio, justificando la imposición de ese orden en que ellos son los más inteligentes y capacitados para administrar la Granja, y que tamaño esfuerzo intelectual merece una recompensa que materialmente se traduce en una serie de privilegios: mejores raciones, mejores estancias, etcétera.

Atendamos a Marx, que dice que las fuerzas de producción terminan causando un gran daño y pasan a ser fuerzas de destrucción (el autor alude a las máquinas y al dinero), y “lo que está relacionado con ello, que se da origen a una clase que tiene que soportar todas las cargas de la sociedad sin sacar provecho de sus beneficios, a la que se hace salir de la sociedad y se constriñe al antagonismo más firme con todas las demás clases; una clase que constituye la mayoría de todos los miembros de la sociedad”. Esa misma mayoría es la que permanece silenciada. El rebaño se limita a pastar y regalar su lana, sin caer en la cuenta de lo que al parecer no es tan obvio: que son mayoría y que articulándose en serio pueden terminar con aquello que lo subyuga y, por qué no decirlo, ser libre y feliz.

Pero no es tan sencillo. En su calidad de regulador y protector de la mercancía, el Estado ha de velar por la continua producción y la perpetuación del orden establecido. He ahí un motivo de la organización del biombo ideológico que coarta cualquier amago reivindicatorio incluso cuando éste empieza a concebirse. En ese sentido, el Estado no está solo. Podríamos decir que tiene dos maneras de pedirte que trabajes y obedezcas. La primera es por las buenas, con el circo mediático y su moralización entretenida. La segunda es por las malas: echándote encima a los pacos, guardianes por excelencia del Estado y su sistema mercantil. Donde haya Estado habrá policía lista y dispuesta a detener cualquier alteración que quieras hacer al curso habitual de la ciudad o del Estado mismo. Sócrates define a la policía como aquellos encargados de cuidar la ciudad y establece que éstos deben tener un temperamento “apacible y fogoso a la vez”. Volviendo a Marx y la repartición del trabajo, cada cual tiene un determinado e impuesto círculo de acción y no puede salir de ahí. El cazador caza, el pastor pastorea y el paco te pega. Con esto, te oprime y te recuerda que no eres nada y que el Estado es todo.

Hasta ahora, hemos descrito un panorama inquietante. A primera vista, cualquiera podría decir que nos hemos limitado a enunciar dinámicas de la sociedad y de la vida misma. Pero no. Lo que hemos hecho es describir un sucedáneo, eso que nos venden como vida pero no lo es, y nosotros no sentimos y lo sabemos. Así como identificamos las marcas piratas que imitan casi a la perfección a las originales, sabemos que la rutina no es más que un transitar y que la verdadera vida, no la vida entre comillas, es otra cosa que no sabemos muy bien cómo describir y que escasamente podemos imaginar, pero de cuya existencia estamos más que seguros.

Insistiré en la constatación de la obligación del trabajador a cumplir el rol que le corresponde, para así satisfacer necesidades básicas como comida, vivienda y ropa. Precisamente, el trabajo es el medio de satisfacer dichas necesidades, así fue concebido y así nació: para mantener vivos a los seres humanos. No obstante, y ya teniendo completamente asumido que esto no merece pretender llamarse vida, deberíamos dar el siguiente paso; ser conscientes de nuestro derecho a sabotear todo lo que sirve para destruirnos: el trabajo asalariado, la manipulación, la desigualdad, el mercado y el espectáculo.

El orden social es asqueroso y te fuerza a todo. Incluso donde crees ser autónomo hay fuerzas operando para empujarte hacia algún lado. Supongamos que te sientes tremendamente atraído por alguien, pero tus amigos y conocidos no la quieren o creen que es estúpida o impopular. Si te alejas, el miedo gana, y con esto ganan tus opresores. Si insistes en acercarte, estás desafiando a la presión social, a la espectacularidad que impregna la vida cotidiana de apariencias. A lo que voy es que esta pseudo vida nos dota de caretas que nos hacen más funcionales y más útiles, más motivados y trabajadores. Pero cuidado: cuando éste pasa a ser un estilo de vida, en realidad se convierte en una no-vida, en la negación de ésta y en la alienación del hombre que deja de ser hombre para, como hemos conversado, ser maquinaria y transitar en el no-tiempo.

Estamos hartos de todo eso, de los tiempos muertos que separan el término de una tarea y el comienzo de otra. De las obligaciones que hacen que la verdadera vida se pierda. No queremos ser seres grises que miren cómo pasa el tiempo sin que pase nada. Me gusta cuando Vaneigem sostiene que ya no hay jóvenes ni viejos, sino unos individuos más o menos vivos”. Así las cosas, fácil es concluir que es posible que un quinceañero viva más que su propio padre, si se da el caso de que el muchacho se da la oportunidad de conocer y experimentar el mundo y las relaciones con otros seres humanos, cosa que su papá, sometido a la legalidad impuesta por el trabajo (desde horarios hasta modos de comportarse), no puede hacer. En el ejemplo que te doy, el chiquillo estaría rebelándose contra los muertos que gobiernan y los muertos gobernados.


Anteriormente dije que la lucha nos hace sentir libres y vivos. Felices, diría yo. Intensos, gritones, chascones y jóvenes. A propósito de la juventud, recordaré una bella cita que compartiste conmigo. Es de Mustafá Kayatí: “Es justamente la juventud la primera en asegurar una irresistible pasión de vivir y de sublevarse espontáneamente contra el tedio cotidiano y el tiempo muerto que el viejo mundo continúa segregando a través de sus diferentes modernizaciones”.



CONTINÚA

Wednesday, November 10, 2010

3. Fragmento

Tú opinas que está todo diseñado, pero no para evitar el pensamiento, sino para que no queramos hacer nada: aceptamos las condiciones de “vida” que nos imponen el trabajo o el estudio, pero sólo firmamos ese contrato porque sabemos que, dadas las condiciones, no hacerlo es infinitamente peor. Y no nos gusta, estamos cansados, aburridos y deprimidos, pero no hacemos nada, sólo nos revolcamos en la inercia, al tiempo que esperamos el próximo fin de semana, las vacaciones, la noche o el momento que sea para detenernos por un rato y creer que estamos descansando.


Yo te respondo que el sistema está perfectamente armado para que no podamos pensar ni ejecutar. Ello, porque existe una rutina demasiado sólida, y para hacer algo tienes que romperla. La rutina es una estructura con horarios y tiempos muy bien amarrados, con escasos o nulos huecos libres. Así las cosas, ¿cómo ir a “funar” al presidente? Simple: desarmando eso. No yendo a clases, alterando esa rutina que te impide hacer cualquier cosa que intervenga en el cumplimiento de tus deberes. Uno sabe que cuando hace eso, arriesga cosas como perderse una evaluación o tener problemas de asistencia. Son superfluas pero a la larga afectan porque siguen desordenando tu rutina, pero no para darte tiempo de dedicarte a otras actividades, sino que te dan más trabajo, y estamos claros que eso puede aminorar el ímpetu por moverse.


Sinceramente, creo que así como hay tanta gente que ama todo tal como está, hay otros tantos que quisieran cambiarlo, pero se quedan en el deseo y no hacen nada porque respetan mucho esa estructura. La clave es alterar la rutina y romper esta cotidianidad.


Repetiré algo que ya dije: nosotros queremos cambiar el mundo. A continuación, repetiré también que una forma de canalizar ese anhelo es la política estudiantil: aprovechamos el espacio universitario para llevar a cabo todas las iniciativas que se nos ocurran, para organizar la resistencia contra todo aquello que quiere destruirnos y ayudar a otros. He ahí la ligazón de nuestra condición de estudiantes privilegiados con la enajenación de la producción en serie. Lo que nosotros hacemos en nuestras facultades es trabajo. Estudiar es un trabajo y cultivar la tierra también es trabajar. No obstante, los agricultores sirven para ejemplificar un tipo de trabajo que, llevado a la vida auténtica que algún día queremos experimentar, bien podría calificarse como “ideal”, ya que produciríamos lo que sea realmente necesario para que todos estemos sanos y bien alimentados, y no en cantidades industriales que terminan por esclavizar al hombre y lo condenan a dedicar su vida a producir sin descanso, cosa que al final no es vida. Como dice Vaneigem, cuando trabajamos para la reproducción y acumulación de mercancías, dejamos de pertenecernos y nos convertimos en extraños a nosotros mismos. Dicho de otra manera, nos tornamos máquinas.


(...)


A mí me gusta hacer todo lo que hago, pero no por amarlo no lo cuestiono. Es más: creo que nuestro activismo merece análisis, porque ahí puede encontrarse una contradicción. Ambos estamos contra el trabajo forzado (ese que, como hemos discutido hasta la majadería, priva al hombre de su humanidad y lo transforma en mera cosa), pero resulta que por un lado despotricamos contra éste y por otro nos quedamos hasta la madrugada trabajando para nuestros respectivos colectivos, corremos de un lado para otro organizando actividades y dedicamos tiempo de nuestro fin de semana o vacaciones a la eterna producción. Entonces qué, ¿somos esclavos nosotros también?

Yo creo que a veces sí lo somos. Lo angustiante es darse cuenta de eso, es decir, estar en medio del estrés de leer documentos o ante la flojera de pintar un lienzo y sentirse asfixiado, “moralmente obligado” a seguir adelante sin quejarnos, a hacerlo luego y hacerlo bien. Nos cuesta admitirlo, pero es así. No estamos en una oficina ni en una construcción, no tenemos hijos y lo hacemos porque queremos, pero de todos modos el trabajo es más fuerte y nos aprisiona ahí donde creemos tenerlo controlado. En otras palabras, nos consume. Y nosotros, que nos creemos tan rupturistas, no hacemos más que reproducir la estructura burocrática que atacamos. Tantas reuniones, coordinaciones y asambleas son más trabajo del que tenemos por el solo hecho de ser estudiantes y tener que responder académicamente.

Y ya que nos pusimos autocríticos, diré que de poco sirve que sepamos que nuestra sociedad establece que el trabajo es bueno para mantener a los cuerpos sumidos en la producción. Si tenemos esto claro, sería lógico que no caigamos en el juego de los medios de comunicación y las dinámicas de las relaciones sociales hagan mella en nosotros; lo que deberíamos hacer es ignorar esos preceptos y hacer lo que se nos antoje, sin presiones de por medio. Pero olvidamos que vivimos los 90’s, época de ultra arraigo del consumo como forma de ser exitoso o por lo menos ser “alguien”, donde además se interiorizó el concepto de meritocracia, que desde siempre nos han inculcado. Lo tenemos en la piel, qué le hacemos. Por eso nos debatimos entre las fuerzas malignas y las que nos empujan a rebelarnos; por eso escapamos del deber con adrenalina y con la certeza de hacer algo socialmente incorrecto, pero personalmente delicioso.

Ahora, ¿qué se puede hacer para escapar de ese destino? “Abolir el trabajo forzado”, dices tú. Suena bien, pero no tenemos tanto tiempo. Lo ideal sería vivir como los hobbits y dedicarnos a la cerveza y cultivar la tierra, pero no se puede. Es la esclavitud o el hambre. Esa es nuestra condena, contra la que luchamos. Por eso trabajamos y nos metimos en este círculo vicioso de difusas fronteras, donde nos alienamos pero lo hacemos para romper el orden social que nos oprime, y porque la rebeldía que nos lleva a hacerlo es la que nos hace sentir un poco vivos.


CONTINÚA