Saturday, November 20, 2010

5. Fragmento

Detengámonos aquí. Creo que la juventud es la última oportunidad que tenemos para desordenar todo. En esta parte, tú me confrontas y me dices que opinas lo contrario: que a los viejos están frustrados y les da flojera seguir luchando porque han pasado por muchas derrotas y eso los deprime, cosa totalmente entendible. Según tú, nosotros en cambio tenemos toda la vida por delante y no hemos vivido grandes fracasos. Yo acoto que digo que es “la última chance” porque tenemos veinte años y en este momento de nuestra vida tenemos el mínimo (muy mínimo, pero mínimo al fin) de madurez que se necesita para emprender cualquier lucha, porque tenemos tiempo y no tenemos que trabajar, debido a que la mayoría de nuestros contemporáneos se limita a estudiar.


En términos de perspectiva, si la juventud mira hacia adelante, los viejos viven algo completamente distinto. Consagraron su vida al trabajo y cuando llegan a la edad que tienen, se dan cuenta de que no vivieron nada, es decir, tuvieron una vida pero la malgastaron en la fábrica o en lo que sea que hayan hecho, sin tener ni un instante de pasión. Para ellos todo fue producción y nada de relación.


De hecho, pienso que la universidad es una suerte de “luna de miel”, el último instante de libertad y despreocupación que nos queda antes de insertarnos para siempre en el trabajo asalariado. Es cierto que somos sujetos productivos desde que nacemos y que incluso cuando creemos estar entregados al ocio estamos trabajando, pensando en trabajar o incluso deseándolo ¿No te ha pasado que en medio de una fiesta, cuando deberías pasarlo bien y olvidarlo todo, sólo puedes tener en mente pruebas, trabajos y reuniones, y anhelas volver al puesto de trabajo para hacer lo que tengas que hacer? ¿Cuántas veces has dejado de visitar a tu familia o de compartir con ellos una sobremesa porque estás inquieto, y sólo quieres instalarte frente a los libros o el computador y hacer cosas? Eso es la culpa. Confesaré con vergüenza que frecuentemente la siento, y me exijo seguir adelante y hacer muchas cosas; me invento trabajos y si llego a instalarme a leer o ver alguna serie de televisión no lo hago en paz, porque mi mente está en los trabajos que vienen, en los estudios, la organización y otras cosas que hago pero que en esta ocasión no detallaré.


Aquí volvemos a chocar, porque si bien coincidimos en todo, me cuestionas algo: la universidad como espacio de libertad. Tú consideras que es lo contrario, en el sentido de que, si bien no es tan indigno como el trabajo asalariado, el trabajo universitario hace del estudiante una persona miserable que tiene que dedicar gran parte de su vida, sino la totalidad de ella, a la universidad, que si bien incluye amistades y diversión, esencialmente significa estudiar, cuestión que acarrea muchas otras cosas: estrés, falta de sueño depresión, hasta suicidios. Entiendo tu punto, ya que sé de algunas cosas que enumeras. El estrés es mi copiloto y hasta hace poco tenía récords de vigilia, hasta que decidí cambiar esos hábitos nefastos y acostarme temprano.


En fin. Quisiera acusar es la existencia de un doble juego. Por un lado está nuestro caso, donde tenemos la posibilidad y la suerte de estar en la universidad y con eso, poder “hacer cosas”, ya sea porque conocemos gente que piensa como nosotros (así nos conocimos, recuérdalo), porque tienes una relativa libertad, nadie te molesta y podríamos creer que existe un cierto pluralismo. Puedes formar colectivos, aprovechar lo que estudias para trabajar con pobladores y ayudarlos en su lucha por una vivienda o por la reparación de los daños que dejó el terremoto. Se pueden hacer muchas cosas por "la causa". Sé que entiendes lo que te digo y que ahora mismo piensas en tu propio trabajo, así como yo digo todo esto pensando en el mío. El punto ahí es que, por otro lado, además de lo esclavizantes que son los estudios, si queremos hacer algo por la causa, tenemos que dedicarle tiempo, energía y amor, y nos amarramos a mas y mas pegas.


Entonces, podemos odiar el futuro profesional que nos espera. En este preciso momento tendemos a ver la explotación que viviremos como algo que viene, que es inminente pero podría decirse que lejano aún, porque aunque no nos guste, estamos en una burbuja donde hacemos convivir lo obligatorio de los ramos con las pegas que hacemos voluntariamente, pero que son pegas al fin y al cabo, con todo el desgaste que eso implica.

Si te fijas, pensamos bastante parecido. Venimos de mundos distintos, de experiencias distintas que llevamos interiorizadas en nuestra subjetividad, en tanto somos seres históricos. Nuestras especificidades chocan en tanto que son distintas, se modifican y crean relaciones nuevas. Un ejemplo claro es esta conversación. Ahora que está más avanzada puedo advertir la verdadera motivación de toda esta aparentemente inútil problematización.

Cuando Vaneigem pregunta “¿Sientes la necesidad de hablar con alguien que te entienda y actúe en el mismo sentido que tú (rechazo del trabajo, de las obligaciones, de la mercancía y de la verdad de las mentiras que constituye el espectáculo?”, sólo puedo pensar en mis compañeros. En algunos más que otros, pero también en ti, que eres el punto de partida de este diálogo. Lo que puedo extraer de esa interrogante es que las palabras tienen que derivar en acciones. De no hacerlo, es pura burocracia, pura palabrería sin rumbo que enfrenta directamente a lo que realmente necesitamos: proposiciones concretas, hacer cosas. Salir a la calle y desordenarla, no quedarnos en el lamento ni en el consenso de lo malvados que son los pacos o los políticos.

Me mostraste otra cita de Vaneigem, que aparece en el Tratado del Saber Vivir para el uso de las Jóvenes Generaciones: “los que hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse explícitamente a la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de subversivo en el amor y de positivo en el rechazo de las obligaciones, tienen un cadáver en la boca”. Esa subversión es la que quiero, la que queremos: una rebelión donde cada palabra, cada grito y cada paso que demos sea intenso, donde lo sintamos de verdad, tanto así que ese sea el estilo de vida que podamos darnos el lujo de escoger; una vida vertiginosa, bien aprovechada y sobre todo, feliz. Esa lucha puede ser todo lo cansadora que se quiera, pero es lo que nos gusta. Y vamos por esa búsqueda “de lo vivido auténtico, no falsificado, no invertido, no sacrificado. Aceptarse tal como uno es, en su especificidad concreta, es una conquista que supone la liquidación del sistema mercantil y la organización colectiva armonizada de las pasiones individuales”.

Entonces, alégrate. Puedes sonreír; yo también lo haré porque creo entender el sentido de esta búsqueda que sí vale la pena. Nada de griegos acá, ni de la luz de la verdad ni nada parecido. La búsqueda de la felicidad que hemos de emprender debe aplicarse a la vida cotidiana. Para que cada día no sea uno más, uno que da lo mismo, que quieres que se termine pronto y olvidarlo para siempre. No, tenemos que ir por algo distinto: por una vida de verdad donde podamos darnos el lujo de sentir intensamente y sin vergüenza, y donde seamos capaces de deshacernos de todos los preceptos que ahora nos amarran; que olvidemos que la esclavitud “te dignifica”, que dejemos de competir con el vecino en función de quién es el más trabajador. Que la diversión deje de ser mal vista por los más moralistas y que nos la convirtamos en la vida misma, una vida donde cada experiencia sea una aventura nueva y la capacidad de asombro no termine jamás.

No lo olvides: cuando a veces te sientes tan desgraciado y no sabes muy bien el porqué, cuando cambias los lienzos por más horas de sueño, cuando en medio de divagaciones te enfrentas a cuestionamientos como los que hemos enunciado e intentado desarrollar, empezaste tu travesía hacia la verdadera vida.

Si estamos hartos del dinero, de la apariencia de la vida, de la concentración del poder, la segregación y la represión, ya estamos luchando. Si el hartazgo nos conduce al deseo del sabotaje, ya empezamos a andar. Ya estamos luchando por una sociedad de decisiones colectivas, donde “las divergencias entre los individuos y los grupos se dispongan de tal manera que no concluyan en mutuas destrucciones sino que, por el contrario, se refuercen y beneficien a todos”. Luchamos por un equilibrio, por una sociedad justa y sin barreras, donde la diversidad sea base de la armonía que constituye el ambiente ideal para la felicidad de todos, para una explosión de sentimientos y la liquidación de prejuicios de raza o nacionalidad.

Somos gente que hace cosas. No pensemos en el desgaste de reuniones y articulaciones, de redacciones y movilizaciones. Nos agota y nos gusta, porque nos da energía, vínculos, fuerzas y nuevas experiencias. Ahí está la vida, en pequeñas chispas. Así lo veo yo, le llamo “vida” a expresarme porque en esos momentos estoy sintiendo. Me pasan cosas y siento que despierto. En esos instantes me libero de la modorra de la rutina; por eso tenemos que intervenirla las veces que sea necesario.

Alégrate. Ya estamos luchando.


FIN



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