Saturday, February 14, 2009

Los Prisioneros y yo (parte 3)

III
2001



Pasé el verano del 2001 escuchando El Caset Pirata, aprendiéndome cada letra y sin cansarme de escucharlas una y otra vez, sin dejar de impresionarme -yo jamás había escuchado algo así- ni de sentirme feliz por los descubrimientos que estaba haciendo: me enfrenté a esa explosiva versión de Estrechez de Corazón y a ese "buenas noches" que antecedía a la canción más ruda, gritona, despechada y sincera que he escuchado jamás, así como escuché por primera vez las improvisaciones de Jorge en Sexo, cuando éste entrevista a Claudio preguntándole si se define un tipo impetuoso, salvaje o romántico; o cuando interroga a Miguel sobre el color de sus ojos o si es velludo. La música de Los Prisioneros me acompañaba y me hacía sonreír en un comienzo de año que -por lo menos en su primer mes- fue bastante infeliz.

En esos años, mi madre estaba inscrita en el Bibliometro, y siempre pedía prestados, para ella y para mí, un montón de libros. Siempre -y gracias a ella- me gustó leer, así que solía disfrutar mucho del beneficio de poder leer tanto. Cierto día, mi madre llegó con algo que, aunque ahora cueste decirlo, es preponderante dentro de esta historia: Corazones Rojos, biografía no autorizada de Los Prisioneros, escrita por Freddy Stock. Independiente de lo que en la actualidad piense de ese libro, en esos momentos me impresionó; debido a mi gusto por la lectura, siempre he considerado que los libros son sagrados, entonces, que se hubiera escrito uno sobre el grupo, significaba que eran realmente importantes. Ese es el razonamiento que a mis doce años, hice. Básico y todo, me parece prácticamente fundacional: recién yo estaba empezando a adentrarme en la discografía prisionera, y ahora podría conocer su historia.

No hay que ser un supergenio para constatar la falta de rigor periodístico y en sensacionalismo que caracteriza al primer libro que se escribió sobre Los Prisioneros. Pero, por deplorables que sean estas características, no todo es tan malo. Pudo ser peor, por lo menos para mí. Nunca, ni siquiera en ese momento, magnifiqué el famoso triángulo amoroso; mentiría si dijera que no me sorprendió enterarme de algo así llegar hacia ese punto de la historia (el capítulo llamado, simplemente, "Diez"), mas preferí privilegiar lo musical... que hay poco, pero hay. De ese libro, rescato principalmente los extractos de canciones, que, tomando en cuenta que yo me había embarcado en una búsqueda frenética de canciones y de todo lo que me ayudara a saber más y más de Los Prisioneros, me sirvió bastante. Me ayudó a reflexionar mucho sobre el grupo, a darme cuenta de su importancia, y debo decir que cuando terminé de leerlo, tenía una sensación distinta. Me di cuenta de que Los Prisioneros no eran cualquier banda; tenían una historia (sacando detallitos rosas, claro) increíble, tanto como su vocalista y líder. Ya no había vuelta atrás: estaba completamente cautivada con ellos.

El 2001 fue un año muy bueno, y fue determinante para mi vida; esto, claramente, debido en gran parte a la arrolladora llegada de Los Prisioneros. No es exagerado decir que en mi vida existe un antes y un después marcado por ellos: una parte importante de lo que en ese momento empecé a ser, e incluso soy ahora, se debe a haberme encontrado con esas canciones y esa actitud, con ese pensamiento que me identificó tanto y me demostró que muchas de las ideas que tenía, p.ej., la de la unidad de los países latinoamericanos, no eran sólo mías; yo no era la única disparatada que creía eso, sino que Jorge González también pensaba lo mismo, por algo lo cantaba en Latinoamérica es un pueblo al sur de EEUU, canción que durante mucho tiempo fue mi preferida.





A un par de cuadras de mi casa, donde en la actualidad hay un McDonald's, estaba Musimundo, tienda que durante ese año visité constantemente, sobre todo para comprar cassettes vírgenes donde habría de grabar los especiales de la FM Hit (esa era la época en la que hicieron un par sobre Los Prisioneros, y gracias a eso conocí canciones como Amiga Mía, y me enamoré por completo) o las canciones que tocaban en Cuerdas Locales, el emblemático programa conducido por Paula Hinojosa, que fue tan importante para la gente de mi edad, los que todavía recordamos con mucho cariño ese programa que escuchábamos y grabábamos sagradamente, ya que constituía un aporte único y gigantesco a nuestra cultura musical. Me encantaba ir a Musimundo y mirar los discos, e imaginar que en un futuro cercano, podría tener todos los que quería, si es que, como mi madre había prometido, obtenía buenas notas. Esa práctica se mantuvo por muchos años; tal vez es por eso que acostumbraba a estar entre los mejores promedios de mi curso, porque sabía que ese esfuerzo académico se vería recompensado con un nuevo cd. Uno de los primeros discos que inauguró esta "tradición" fue, obviamente, un disco de Los Prisioneros: Corazones. Todavía me acuerdo del día en que fui con mi madre, que venía llegando del trabajo. Ya estaba oscuro, pero en esa tienda blanca, todo era luminoso y bonito. Ahí estaba, ¡y era mío! De sólo recordarlo, vuelvo a sentir la alegría de esa oportunidad, de ver a mi madre sonriendo con mi alegría, la boleta en mis manos y la sensación incomparable de abrir por primera vez esa caja, ver el arte, y, claramente, ponerlo en la radio -esa radio en forma de submarino amarillo que me regaló mi madre cuando cumplí doce años- por primera vez. Era un momento emblemático, por lo que, aunque me moría de ganas por saltarme al track 2 (Amiga mía), decidí dejarlo correr, sin dejar de escuchar ninguna canción. Corazones sigue siendo, todavía, mi disco más amado de la discografía de Los Prisioneros. Aunque no hay ninguno que no me guste, Corazones siempre tendrá un lugar de honor dentro de mí. El año pasado, cuando tuve la felicidad de conocer a Jorge, le pedí que me lo firmara. Ahí sí que el disco adquirió otro estatuto, y lo quise con más razón, ya que ya no se trataba sólo del disco que escuchaba una y otra, y otra vez, y que hasta mi madre terminó por memorizar. Ahora estaba autografiado por su creador, quien también lo declara su preferido.




Durante aquel año, la música de Los Prisioneros me ayudó a construir amistades que todavía mantengo, como la que tengo con la querida Fran Ferro. Nos gustaba cantar los temas prisioneros en clases, hablar de las letras o de la historia del grupo. Años después, fuimos juntas a un par de conciertos de nuestra amada banda. A esas alturas -mediados de año- yo conocía muchas canciones, me sabía las letras, las cantaba y las adoraba como jamás he vuelto a adorar la lírica de otra agrupación. Sin embargo, y conforme mi amor prisionero iba creciendo, también aumentaba la tristeza que me producía el que estuvieran separados: ¡tenía tantas ganas de verlos tocar alguna vez! No me bastaba con escuchar El Caset Pirata, yo quería verlos sobre un escenario. Odiaba haber nacido en 1989, año del principio del fin del grupo; solía reclamarle a mi madre no ser admiradora de Los Prisioneros, ya que de ser así, tendría por lo menos el consuelo de que ella me contara cómo eran esos conciertos de juventud, o podría haberme heredado el amor hacia la banda. A mis cortos doce años, sentía que había perdido demasiado tiempo, que habían sido muchos años sin conocerlos. En esos momentos, sólo podía escuchar las canciones y buscar recortes de prensa donde salieran ellos. Nada más.

Pero mis lamentos no duraron mucho. El 6 de septiembre, La Tercera publicó una noticia que me hizo, literalmente, saltar de alegría. El titular contaba que, por primera vez en doce años (¡los años que yo tenía!), Los Prisioneros grabaron una canción: Las sierras eléctricas, cuyo estreno, por supuesto, escuché y grabé en mi programa radial favorito: Cuerdas Locales. A esa noticia maravillosa siguió otra mucho, muchísimo mejor: mis amados Prisioneros, a quienes había jurado amor eterno, invariable, y a todo color, se reunirían a fin de año, para hacer un gran concierto en el Estadio Nacional.





PIDO DISCULPAS; YOUTUBE NO ME PERMITIÓ ALGO MEJOR



(sí, sigue...)

Sunday, February 01, 2009

Los Prisioneros y yo (parte 2)

II
Hallazgo feliz


En el 2000, año en que yo cursaba sexto básico, se produjo el hallazgo feliz. Son varios pequeños sucesos, que casi podrían considerarse como detalles dentro del espectro de la vida entera, pero que sin duda, son cruciales.

Yo tenía una compañera de curso llamada Sliberth. Ella tenía el Grandes Éxitos (1991), y cierto día - no sé por qué- lo llevó al colegio. No recuerdo cómo, pero se lo pedí para mirarlo. Por mucho rato me entretuve viendo las fotos, las que, por supuesto, me parecieron preciosas. Recuerdo sobre todo la foto de Cecilia Aguayo; siempre la encontré demasiado bonita. Sin embargo, lo más importante de este hecho fue que constituye mi primer acercamiento a las letras prisioneras. Estoy segura de que las leí todas, pero tendo el recuerdo de haberme sentido particularmente atraída por la de La voz de los '80 y El Baile de los que Sobran. Me gustaron tanto que las copié, junto con Sexo, en un cuaderno donde escribía las cosas que para mí eran importantes.




Otra amiga, Daniela Jara, llevó un cassette de
Ni por la Razón, Ni por la Fuerza. Lo reconocí inmediatamente como el álbum de la foto que había visto unos años antes. Así que se trataba de un grupo musical, Los Prisioneros, y sus integrantes no se llamaban José Miguel, Manuel y Bernardo, sino que eran Claudio, Miguel y Jorge. Me daba cuenta de que lo que para mí era tan nuevo, para otras compañeras de colegio era algo más que conocido. Me contaban cómo crecieron escuchando esas canciones que yo recién empezaba a descubrir. No me detuve a preguntarme por qué mi madre jamás me había hablado de la existencia de ese grupo, o por qué en mi casa nunca sonaron los temas prisioneros. No quise quedarme atrás, y me propuse averiguar todo lo que pudiera sobre ellos y su música.

Era una tarea difícil. Como ya he dicho, en mi casa jamás se había pronunciado el nombre de Los Prisioneros. No había discos, nunca había sonado una canción suya en alguna radio de mi hogar. Sin embargo, justo se dio la coincidencia que, junto con mi determinación de ampliar mis conocimientos en relación a Los Prisioneros, salió publicado el disco Tributo. El primer single fue Mentalidad Televisiva en versión de Canal Magdalena, el cual sonó mucho en las radios. Se acercaba Navidad, y yo, que rara vez pedía algo, esa vez pedí ese disco como regalo. Poco después, fue publicado El Caset Pirata, compilado de canciones en vivo. Todavía recuerdo que mi madre me dijo: "¿y no vas a querer El Caset...? Mejor ese que el Tributo, porque ahí cantan ellos". No muy convencida, acepté. "Bueno, entonces cómprame ese", le contesté.

















Esa Navidad fue increíble. Después de la cena y una conversación de esas increíbles e inolvidables, llegó el momento de abrir los regalos. Recibí unos lentes de sol, otras tantas cosas que no recuerdo, y lo mejor de todo: E
l Caset Pirata. No pude aguantarme, y lo puse de inmediato. Empezaron los acordes de La Voz de los '80, y yo, al escucharlos, me di cuenta de que esa era la canción que mi compañera cantaba en el baño del colegio. ¡Eran Los Prisioneros!

Al llegar al track 7,
Estrechez de Corazón, casi me fui de espaldas. En algún momento de mi vida había escuchado el "oooohh, tu corazón", pero constatar que era una canción de Los Prisioneros no hizo otra cosa que sorprenderme. ¡Esa canción que me encantaba era de ellos! No dejaba de parecerme sorprendente que dos canciones de sonido tan diferente fueran de la misma banda; eso es algo que durante un tiempo no logré explicarme. Sin embargo, lecturas posteriores me dieron las respuestas.

Esa Navidad fue la mejor de mi vida. Con mi disco nuevo como compañía, el año no pudo terminar mejor.






Esta es la versión que aparece en El Caset Pirata