Sunday, May 22, 2011

Devolver un favor

El viernes en la noche me encontré una billetera. Pasaba por la parroquia que está a media cuadra de mi casa, iban a ser las diez y le pegué a algo con mis botas-especiales-para-marchar. Andaba con esas botas porque venía llegando de la marcha contra Hidroaysén. Faltaba poco para llegar, tenía frío y esperaba una llamada de radio ADN, para opinar sobre el uso de las lacrimógenas en las protestas.

Cuando vi que era una billetera, la recogí y la abrí, en plena vereda. Vi que pertenecía a un hombre (no daré nombres). Estuve algunos segundos parada sin saber qué hacer con ella, casi lamentándome por haberla pillado. Pensé en ir a dejarla a la parroquia, pero desconfié. Pensé en preguntar por el tipo entre los asistentes a un velorio que ahí mismo se desarrollaba, pero no quise. Al final opté por irme a casa e intentar ubicarlo desde allá.

Una vez en mi pieza revisé todo el contenido de la billetera, que era negra, corriente, como la que el año pasado le regalé a Nico para su cumpleaños. Noté que todo lo que este hombre necesitaba estaba ahí dentro, como que su vida se resumía en esa billetera. Es increíble como revisarle la billetera a alguien puede darnos la sensación de que lo conocemos, es impresionante la cantidad de información que esto nos aporta. Adentro había, además del carnet de identidad: chequera electrónica, tarjetas de grandes tiendas y farmacias, entradas de conciertos de Camilo Sesto y Los Fabulosos Cadillacs, fotos, algo así como cincuenta lucas, muchas boletas de compras, recibos de pago, cuentas… pero ninguna tarjeta de presentación o algún número de teléfono donde llamar en caso de pérdida.

Pedí ayuda en Twitter. Varios amigos me sugirieron buscarlo en facebook. Eso hice, y de inmediato le mandé un mensaje con el asunto ENCONTRÉ TU BILLETERA. A continuación le di detalles del lugar donde la vi y le dejé mi número. Al poco rato me respondió, luego me llamó y acordamos juntarnos al día siguiente, es decir, ayer. Me contó que prácticamente se dio cuenta de la pérdida de su billetera cuando vio mi mensaje, que es un ‘cabeza de pollo’… por momentos su tono sonaba como disculpándose. Yo lo tranquilicé. Se escuchaba muy agradecido.

Y nos vimos en la boletería del metro. Intercambiamos unas pocas palabras; me reiteró su agradecimiento, le recomendé que para la próxima oportunidad pusiera un número de contacto y le conté que traté de contactarlo pronto, temiendo que hubiera bloqueado todos sus documentos. Me regaló una barra de chocolate y nos ahorramos los discursos.

Me gustó devolverle la billetera. Sé que es lo correcto y que simplemente no podría haber hecho otra cosa. Hace tres años perdí mis documentos; estaba desconsolada pero tener la tarjeta de Faride Zerán, con el número del ICEI, me permitió recuperarlos. En aquella oportunidad el generoso hombre que me los devolvió llamó a la Escuela y así pudo contactarse conmigo. Nunca dejé de estar agradecida, y hoy siento que le devolví el favor al universo.

Saturday, May 14, 2011

Cosas buenas en Pedropiedra

Anoche fui al lanzamiento de Cripta y Vida, el segundo disco de Pedropiedra. La cuestión fue en el Cine Arte Normandie, buena cosa porque ayer también fue la marcha contra Hidroaysén que culminó en la Plaza de la Ciudadanía (las huevas, ahí mismo hacen mierda a quien proteste contra tanta injusticia). Dicha Plaza queda cerquita del Normandie, así que después de gritar sus buenas consignas, de esquivar pacos y maniobras varias, con la Dani, mi compañera en el CECo, conseguimos llegar con la debida anticipación.

Tenían la reja cerrada y solo se entraba con la entrada, valga la redundancia. Es decir, le dieron color. Pero no importa. Nosotras teníamos entradas (de hecho, a mí me sobraba una… gracias prima por arrugar a última hora), así que pasamos sin atados.

Y como esto no pretende ser un review (?), paso a enumerar la cadena de bacanidades que me ocurrieron en este tremendo concierto (porque sí, estuvo realmente bueno).


- Como ya conté, me sobraba una entrada. Ya estaba haciéndome a la idea de que me iba a quedar con ella y que perdí estúpidamente 3 lucas, pero no: pude revenderla. Se la vendí a un tipo que no tenía entrada; en la boletería del Cine y se la dejé a 4 lucas. Soy una negociante astuta y diabólica (?).

(A todo esto: nunca había revendido una entrada).

- Gracias a La Vitrola, a fines de abril tuve la oportunidad de conocer a Pedro y a Oliver, su manager. Ayer pude ver a Oliver, saludarlo y comentar los videos. Siempre muy buena onda.

- Me tomé una cerveza gratis, con el auspicio de Cristal (las estaban regalando, y agarré una de las últimas cervezas DE VERDAD, no esa vergüenza sin alcohol, que tiene sabor a jugo de uva. Dani, Pato/Rata y Pelayo no tuvieron la misma suerte, ja!).

- Una vez adentro, mientras esperábamos que empezara, vi a Nano Stern entre el público. Me acerqué y le di una tarjeta de presentación de La Vitrola. Él se rió cuando le dije que lo hacemos por amor al arte, y que “no cobramos ni pagamos”. Ojalá se interese en grabar con nosotros.



- En plan de difusión, pinté un cartel de La Vitrola, con la intención de que Pedro lo viera, mencionara la página e invitara al público a visitarnos… pero estando en el show me anduve arrepintiendo de mostrárselo. Después recapacité, con la Dani nos fuimos a primera fila (en realidad nos sentamos en el suelo) y mostré el cartel hasta que Pedro lo vio. Primero me hizo un gesto de saludo, y cuando terminó de cantar sucedió todo lo que yo pretendía. Winner.



- Fue buena onda ver llegar a Pelayo, y que justo se sentara cerca de donde estábamos.

- Estoy convencida de que hay canciones que suenan mejor en vivo. Eso me pasa con la mayoría de los tracks de Cripta y Vida. Gracias a que los escuché ayer, hoy los valoro un poco más. Por otro lado, Pedro tocó canciones del disco anterior, de las cuales destaco Si somos salvajes, que es la que más más más me gusta.


Una vez que terminó el concierto (que, insisto, estuvo bacán), tomé el colectivo y me fui a la casa comiendo almendras confitadas (por si no las conocen: esas que tienen forma de huevitos de colores) y sonriendo.

Monday, April 04, 2011

Ciudad

Hay muchos Santiagos. Lo escribo pensando en los que frecuento en los días de universidad, y en los que evito, quizás porque me asquean. Escribo pensando en la caminata de esta mañana por las calles de Maipú, llenas de basura, con el sol golpeando la vereda y las viejas acarreando bolsas y cabros chicos. Aunque periférico, ese también es Santiago. Uno de los tantos.

Pero ese Santiago es uno de los desconocidos, esos que se empeñan en esconder bajo el metro que va por arriba, el dividido por las autopistas que nos hacen creer en las vías de desarrollo donde NO estamos; ese Santiago no se reconoce a sí mismo ni se identifica con el que todo el mundo sí conoce: el de la Moneda, de la locura del Paseo Ahumada o el de la estación Baquedano. La línea divisoria entre los ricos y los pobres (¿la hay? ¿Sigue siendo esa?) marca el Santiago favorito, el popular, pero no el pobre. El Santiago del cine chileno, de los cafés bonitos, el que a tantos que conozco les gusta recorrer, que creen que caminando por un par de callejuelas emblemáticas lo conocieron todo, y no es así.

En fin.

Ese Santiago de Plaza Italia pa’rriba (o, seamos generosos: del centro pa’rriba) es tan trillado, tan loco y tan brillante (mientras más subes, más brillo tiene), tan luminoso que se me hace falso. Sí, es Santiago, pero solo uno de tantos, que no se nos olvide. Pensar que es el único y maravillarse con él, y encontrarlo increíble, gigante y glamoroso es como querer a Latinoamérica por el carnaval de Río y las ruinas aztecas, ignorando – sigo citando la canción- a la gente sucia que vaga las calles dispuesta a venderse por unos U-S-A dollars.

O por una moneda de cien pesos.

Ese Santiago del mundillo influyente, de los grandes carretes y de tanta hipocresía solo puede existir en el barrio alto y en las tremendamente arribistas películas chilenas. Esa frivolidad es cierta, la he visto y la he sentido, pero cuando me desplazo durante horas en una micro veo una realidad completamente diferente. En Maipú, por ejemplo, ese glamour no funciona. En la universidad tampoco. Quizás porque somos abajistas y preferimos el Santa Helena de litro y medio antes de un roncola de tres lucas. Me doy cuenta de que estoy en una encrucijada y que no sé decidir qué es “menos malo” entre las dos opciones que me planteo.

Detrás de ese Santiago bullente, tan distinto a otras ciudades y pueblos chilenos, está la miseria que algunos tanto quieren tapar con algarabía, con estrés, producción y comida rápida. El Paseo Ahumada como una pequeña Latinoamérica, como símbolo de lo emblemático y de lo más triste y patético que somos. La podredumbre de las relaciones humanas, la violencia y la humillación como constantes en cada palabra y cada mirada rehuída. Ese es el Santiago que te niegas a ver.

Deberías salir a gastar tus Converse caminando “hacia abajo”. Torcer la ruta, ignorar las estaciones del metro e inventar tus propios caminos. Olisquear el aceite quemado de sopaipillas y empanadas de queso, encontrarte con los mendigos que tan mal le sientan al Santiago cosmopolita y casi desarrollado, pasar por villas y escuelitas, por veredas sin pasto y con maleza… sacarte los audífonos y escuchar de verdad. Todo eso que verías también sería Santiago, uno menos liviano y más “de verdad”. Un Santiago tan Santiago como el de los bares caros y las fiestocas influyentes, que no te dejan nada pero que mueres por visitar, porque es bonito y entretenido, no lo niego. Visitar y aprovechar antes que se acabe, porque en una de esas, cuando todos te den la espalda, en realidad no serán todos. Tal vez si te esfuerzas quedará alguien. Alguien en medio de estos seis millones de habitantes.

Tú, que crees conocer Santiago, en realidad no sabes nada.

Porque uno nunca deja de aprender.

Friday, March 25, 2011

Birday

Mis 22 ya no son una expectativa ni un mal momento. Ya son un recuerdo, porque fueron ayer. Los 23 de marzo son, sin duda, los días que más espero en el año. Sí, como cabra chica. No me interesan la Navidad y el Año Nuevo, menos las Fiestas Patrias; todas esas fechas no me mueven un pelo, pero si se trata de mi cumpleaños noto de inmediato un cambio en mis emociones, esa cosita en la guata y la interrogante de qué vendrá. La respuesta a esa pregunta son puras cosas bonitas, porque así debería ser... pero esta vez no fue así.

Sería injusta si dijera que todo fue horrible y que lo pasé mal. Mi cumpleaños tuvo cosas buenas, muy bonitas. Cosas que de verdad espero recordar en unos cuantos años más, cuando piense en mis 22. Espero quedarme con la pizza que almorcé junto a @Javierreinaldo (con pan de ajo, cortesía de la casa, para compensarnos la demora de nuestras pepperoni y hawaiana) y con la once con las queridas @totis y @pamdacinci, quienes me apañaron en el momento más triste de mi natalicio. Triste de verdad.

Después de dos párrafos de frases que quizás no expliquen nada, paso a explicar: en mi cumpleaños, mi día "especial", mi casa siguió como si nada. En la mañana supe que no había intención alguna de hacerme una once, siquiera de comprarme el pastel más sencillo... nada. Al momento de escribir esto no me siento tan dolida como me sentí ayer, mientras iba en el metro camino a la u preguntándome como era posible que mis parientes fueran tan indiferentes. Me enoja y me lastima demasiado, porque sé que yo, sin ser la persona más buena del mundo (quizás ni siquiera entre en la categoría de los buenos), JAMÁS permitiría que un día tan importante para un familiar pasara desapercibido. Es un asunto que no pasa por la plata que se gaste comprando mil cosas para comer y tomar, sino que se trata de crear una atmósfera bonita, de hacer sentir al otro que no está solo, que su círculo más íntimo lo valora, lo recuerda... qué sé yo. Después se me vinieron a la mente las cosas que yo he hecho en cumpleaños ajenos (familiares, siempre) y a continuación le tomé prestado un pensamiento a Vaneigem: la podredumbre de las relaciones humanas ha hecho que perdamos el placer de dar simplemente por hacerlo. Asqueada de mí misma, decidí dejar de lado el argumento de "yo lo he hecho por ellos / yo lo haría por ellos" y me concentré en lo que ya expuse aquí, en el hacer que el otro se sienta acogido y contento porque (se supone que) lo quieres.

Sí, todo esto se trata de que en tu día especial quieres sentirte así. Sentirte especial, querido, amado, adorado. Es pal cumpleaños, o nunca, hasta el próximo cumpleaños, si es que todo mejora un poco. Es cierto: todos los días pueden ser especiales y no hay días específicos para decirle a otro cuánto lo quieres, o para agradecer por todo lo que uno recibe, pero convengamos en que el cumpleaños es un día que está por sobre los demás. Otro día puede pasar desapercibido sin recibir esas muestras de afecto, pero si eso pasa para el cumpleaños, duele como nada.

Una gran parte de mí sabe que me quejo de llena. Recibí más de 230 saludos en facebook, 44 twitteos, unas cuantas llamadas, un mensaje de texto (...) y muchos abrazos. ¿Cómo no sentirme bien? No podría ignorar tantas muestras de cariño, ni sentirme conmovida ni feliz por que tantas personas se acordaron de mí y se dieron el tiempo de mandarme sus buenos deseos. Prefiero quedarme con eso, quizás el Chileno está en lo cierto y el pueblo "me adora", como a Evita en el '46... quizás exagera, pero lo cierto es que no tengo derecho a sentirme triste o enojada con todo y con todos, por el ninguneo de la gente que no me dio lo que quiero, lo que debí tener. Me sentí mal por un rato, me revolqué en mi pena, como suelo hacer siempre, pero después seguí adelante, con quienes realmente me valoran. Como me dijo Martín, estoy llegando a una edad donde puedo escoger a mi familia...

Thursday, February 03, 2011

Andar sola


Me gusta estar conmigo. La mayoría de los días me soporto; incluso cuando ando odiosa me caigo bien. No es que me crea bacán, solo tengo una buena relación conmigo misma y me agrada caminar, escuchar música, vitrinear, comprar chucherías, qué sé yo. Cosas que puedo hacer con otros u otras, pero que hago con mi persona. ¿La razón? Necesito tiempo para mí.


Ayer recordé cuánto me gusta estar sola, ya que tuve que pasar una tarde completa así. Almorcé con mi tata, la tía y la Luzma. Ayer, 2 de febrero, ella cumplió 24 años y lo celebramos con un monumental almuerzo en el Ocean’s Pacific, un restaurant que queda cerca del metro Cumming. Si pueden, vayan. Es caro, pero exquisito. Lo pasé muy bien riéndome con mi familia, sacando fotos, tomando vino blanco en un copón, comiendo cantidades grotescas de ceviche, camarones, machas… y el postre: helado de mango. Bacán. Definitivamente, este almuerzo quedará en mi memoria como uno de los mejores de mi vida por todos los motivos antes mencionados. Todo bien.

El plan original era que, después del almuerzo, me reuniría con @santaevitaa para seguir chancheando. Pero la salud le jugó una mala pasada a mi querida amiga, y me mandó un mensaje diciéndome que nuestra junta de chicas no podría ser. Oh, problema: el plan contemplaba que pasaríamos la tarde juntas y que luego yo iría a la marcha contra el alza del pasaje del Transantiago, que sería (fue) a las 19 horas. El conflicto, entonces, es que eran las 16 horas… ¿qué haría durante las próximas tres? No tenía idea. Me despedí de mi familia y simplemente me puse a caminar.

Fui hacia el metro Cumming. Por la sombrita. Con la música del celular caminé hasta Mapocho. Doblé hasta llegar a Bandera. Miré ropa. No me gustó nada. Tenía calor. Fui por calles chicas hasta bordear el Mercado Central, donde el año pasado estuve porque tuve que escribir una crónica sobre ese sector, y sentí que había pasado muchísimo más tiempo que solo unos meses. Pasé al Santa Isabel cercano y me compré una lata de Escudo; con una me bastaba. Crucé hasta el Parque Forestal, me senté,fuera zapatos, y a disfrutar.

Vino un muchacho a ofrecerme panqueques con manjar. “Estoy llena, gracias”. Intercambio de sonrisas. Escucho música, miro el paisaje… y en la calle como siempre, jodiendo andaban los pacos, como dijo certeramente Ismael Serrano. No quería irme presa (?) por beber en la vía pública, así que me puse los zapatos y me alejé de las motos, que estaban peligrosamente de una pareja (¿control de identidad? No vi ni quise ver). Unos metros más allá, me terminé la Escudo. Por mi lado pasó el muchacho de los panqueques. Intercambio de sonrisas, parte dos. Era lindo.


Volví a caminar. Fui por Bellas Artes hasta el Santa Lucía. Pasé por el café donde estuve por última vez con Amancay. Empecé a subir el cerro y sentí que me dolían las piernas. Literalmente, me eché en el pasto a escuchar a Kings of Leon. Miraba los árboles y vi a un guardia mirándome. Pretendía estar mucho rato ahí, mirando el cielo, dejándome sorprender por el orden aleatorio de las canciones, pensando en poco y nada, pero una pelea de perros me interrumpió el descanso. Volví a ponerme los zapatos y seguí caminando sin rumbo fijo. Eran las 17.30.

Victoria Subercaseux y doblar hacia la Alameda. Vi autos estacionados, y en uno de ellos, un hombre tan acostado como le era posible, también escuchaba música. No cuesta mucho ser feliz en esta vida, esos pequeños placeres hacen que todo sea un poco. Pasé por el @SNSCafe y deseé que estuviera abierto. Seguí hasta Plaza Italia y doblé hasta el Parque Bustamante. Imaginé compartir una caja de vino, como en 2022 de Fother Muckers, y recordé cosas que no puedo contar.

Recorrí el parque, deseando un jugo natural o agua mineral. Pasé por aquella banca donde en 2009 entrevisté al Piero, de De Saloon, para el trabajo sobre radio Uno que hicimos para Cultura de Masas. Detrás del café literario está esa fuente donde los escolares fueron a mojarse, desesperados, mientras los pacos nos hacían la encerrona, en la marcha del 18 de agosto del año pasado. Ese día pasé corriendo, escupiendo y llorando, y terminé en la peluquería de unas colombianas que me acogieron, me dieron café y ánimos. También pasé por el café donde ese chileno hijo de puta me negó asilo.

Una de las mejores cosas de aquel periplo fue encontrar unos columpios, correr a ellos y escuchar a Calamaro. Así me dieron las 18.38. Con las piernas acalambradas seguí caminando de regreso a Plaza Italia,y a por un agua mineral. Pronto empezaría la marcha.

Monday, January 10, 2011

Ad honorem


Es 10 de enero y estoy trabajando en la Cineteca de mi universidad, que justamente funciona acá, en el ICEI. Llegué porque Luis Horta se enteró gracias a Pandero de mi amor eterno, invariable y a todo color hacia Los Prisioneros, y como dio la casualidad que Cristián "Pelao" Galaz donó cajas y cajas de material, me encargaron revisarlo. Y en eso estoy.

Este es mi tercer día, ya que partí el jueves 6. En el poco tiempo que llevo trabajando, me he encontrado con verdaderas joyitas en formato betacam: hay material de cámara de los videoclips de Sexo, Corazones Rojos, Tren al sur, We are sudamerican rockers; también están Esta es para hacerte feliz y Fe, de Jorge solista. Hay entrevistas, cosas de Inti Illimani e Illapu, de Joe Vasconcellos, de La Ley, de Los Tres. Esos tesoros del patrimonio videomusical chileno ahora pertenecen a la Cineteca de la Universidad de Chile, y yo soy la encargada de visionarlos y digitalizarlos.




Para eso, ocupo unos VTR más viejos que el hilo negro (?), compatibles con los formatos que estoy trabajando. El proceso consiste en poner la cinta, adelantarla hasta el final, luego retrocederla y ponerle play. Al tiempo que se empieza a reproducir, la capturo en Final Cut. Una vez capturado, el video se va a la carpeta correspondiente: “Fondo Cineteca Los Prisioneros” o “Fondo musical Cineteca”. El proceso es más lento de lo que pensé, y algunas condiciones adversas me han impedido visionar tanto como quisiera: lamentablemente hay cintas en mal estado, otras sin sonido, etcétera, lo que me ha obligado a dejarlas de lado y volver a empezar.



Me gusta el trabajo. Me gusta la sala de edición donde estoy sola y puedo reírme de las tallas que echan Los Prisioneros durante la grabación de Sexo, me gusta cantar las canciones o pegarle al escritorio cuando me las doy de percusionista. Me gusta sacarle fotos a la pantalla y mostrarlas en Twitpic. Son agradables las horas de almuerzo, donde todo el equipo de la Cineteca se reúne a comer y conocerse. Incluso hay tres compas de Valpo que están haciendo la práctica. Con el que más he conversado es Luis, el cabro que está a cargo del archivo. El loco tiene “No necesitamos banderas” de ringtone del celular y me ayudó a buscar en todas las estanterías las cintas con las que debo trabajar. También está la Cata Araya haciendo fichas, está la Sthacy, Carlos… en algún momento espero que llegue Tito, con quien asumiremos roles en el área de comunicaciones, para difundir y mostrar el trabajo de la Cineteca (que en 2011 cumple 50 años), y así sumar manos y espectadores.

Respondo, por si acaso: no me pagan. No me importa. Quienes me conocen saben que estoy en la pega soñada.