Saturday, November 14, 2009

Fila del súper.

Estaba haciendo fila en la caja del supermercado. Por alguna razón que desconozco, esta vez apagué el mp3 y me dediqué a escuchar el ruido ambiente.

Tras de mí estaba una tipa de veintitantos años con un niño como de ocho. Saqué unos mini Rolls de uno de esos estantes que hay en las cajas y en ese momento vi que el niñito estaba inquieto, conducta propia de su edad. La galla le decía que estuviera tranquilo y que no se moviera mucho... en fin, lo típico.

Mientras el caballero que me precedía daba su RUT para eso de acumular puntos, escuché que la tipa le decía "pero no ordenís po, no es tu problema que esté todo desordenado".

Ahí entendí todo. El niño estaba acomodando los Snickers, Milky Ways y los Rolls, razón suficiente para ser reprendido por su mamá.

"Bien", pensé. "Desde chicos les enseñan el egoísmo y a no pensar en nada que no sean ellos mismos".

Pensé eso y sentí una profunda lástima y un profundo asco de los adultos y de la sociedad en general perpetúen ese tipo de enseñanzas. Es un hecho pequeño y fugaz, pero da para preguntarnos qué cosas se le enseñan a los niños, a qué preceptos y valores quedan legitimados en la sociedad. Porque cuando la mamá le dice a su hijo que no es su problema que algo esté mal y que no tiene por qué hacer algo para arreglarlo, en el fondo le está diciendo que tiene que ser individualista, que se preocupe de sí mismo y que ignore todo lo demás.

Así, las cosas nunca van a cambiar.
Pensé eso y lo lamenté mucho, demasiado.

Sunday, September 13, 2009

¿CUÁL PODER?

En el gobierno están desesperados. Y no sólo son ellos: son los señores poderosos y los adultos en general los que ven con preocupación que la presencia juvenil en las urnas es cada vez más escasa. El “envejecimiento del electorado” se remonta a 1988, cuando se reabrieron los registros electorales para las elecciones que llevaron a Patricio Aylwin a La Moneda. Desde esa fecha, el fenómeno se ha acrecentado de tal manera que en 2008 la base de datos del Servicio Electoral (SERVEL) revelaba la cifra de sólo 1.213.521 inscritos considerados “jóvenes” (es decir, entre 18 y 34 años).

Con un panorama así, se puede entender la histeria de los políticos. Cómo no se van a desesperar, si el plazo para inscribirse vence el próximo 13 de septiembre* y el potencial electorado no tiene ganas de cumplir con su “deber ciudadano”, porque éste no les da esperanzas. En política la esperanza es clave, porque mantiene a la gente interesada en hacerse cargo de su propio destino, la mantiene creyendo que se puede hacer algo. Sin esperanza no hay votantes que perpetúen a los políticos en sus cargos, y eso los preocupa tanto. Elección tras elección ensayan nuevos métodos y la cosa no funciona: definitivamente, no saben qué hacer para “encantar” a la población sub 35.

Dicen que la necesidad es la madre de todos los inventos, y esta vez no fue la excepción. La nueva genial idea de los mayores es "Yo tengo poder, yo voto", una campaña entre cuyos rostros está la actriz Fernanda Urrejola, quien aparece con una imagen de mujer seria y decidida que la aleja totalmente de sus destapados papeles en las teleseries nacionales. La iniciativa viene del gobierno, que mediante la gestión del Instituto Nacional de la Juventud pretende convencer a la juventud de lo importante que es votar. Podría decirse que les ha resultado, porque según declaró Juan Ignacio García -director del SERVEL- en lo que va del año se han registrado 100 mil nuevos inscritos.

Más allá de la campaña en sí, lo más importante es preguntarnos sobre el porqué de votar. ¿Hacerle una raya a la papeleta y después seguir con nuestras individualistas vidas nos hará mejores? ¿Gane quien gane, las cosas realmente van a cambiar? “Yo tengo poder, yo voto” sólo funciona si somos tan ingenuos como para creer que con votar estamos mejorando el país. ¿Es suficiente? No, por supuesto que no. Si decidimos inscribirnos en los registros electorales –mala noticia- ya no podemos echar pie atrás. Lo que nos queda es asumir el deber con hidalguía: ir, hacer la rayita y ser unos buenos niños. Pero si pensamos que con eso basta, estamos muy equivocados.

Si los nuevos inscritos en los registros deben su decisión a esta campaña y se creen muy buena gente por haber dado “el gran paso”, demuestran una visión tan mediocre que estremece. Que quede claro: sin la determinación de ser mejores personas y –sobre todo- sin una acción constante que acompañe las buenas intenciones, el voto queda en nada. Gane quien gane las cosas no serán distintas, sobre todo si nosotros no estamos pendientes de lo que nuestros futuros presidentes hagan. Nos incumbe, ¡debemos entrometernos!

Queda poco tiempo, lo sabemos. Jóvenes y jovencitas: si quieren inscribirse, háganlo, allá ustedes. Voten como quieran, pero no olviden que eso de “la historia es nuestra y la hacen los pueblos” es más que una frasecita de camiseta. La idea –con o sin elecciones de por medio- es ser capaces de hacer, de participar. Por otro lado, si están orgullosos de ser votantes pero no quieren mover un dedo por alguien que no sea ustedes mismos... bien también. Ojalá no nos estorben cuando llegue la hora de torcerle la mano al destino.


*... es hoy!

Friday, May 29, 2009

Caídos a la necesidad

He vuelto, mis paisanos. Por motivos que aún no me explico, el staff Agujón me convocó nuevamente para hablaros, esta vez, del capitalismo. Sin duda, un tema contingente, si pensamos en la crisis económica que nos tiene a todos con el cinturón casi tan apretado como en el período 1997-98.

En esa época, yo tenía 9 años. Me acuerdo que el país crecía en un simpático 7%, y por lo menos en mi clasemediera casa, se respiraba la bonanza, y se expresaba en pulentos regalos, mucha ropa, muchos libros nuevos, y las salidas al cine y a almorzar afuera de todos los fines de semana. En fin, se podía acceder a un montón de bienes materiales. Pero, con la crisis asiática, a mi mamá la echaron de la pega y se terminaron las salidas como las conocía hasta ese momento. Los libros pasaron a ser un lujo, así como el cine, los museos, las ricas onces y las compras varias.

Que se redujera el poder adquisitivo familiar no atentó contra mi infante felicidad. Que ya no se pudiera ir al cine cada semana no arruinó mi vida, pero sí tengo claro que me afectó ver a mi mamá sin trabajo, preocupada por el porvenir. En ese entonces no entendía nada, pero el tiempo me hizo constatar que la inestabilidad, los efectos de crisis remotas y el largo etcétera de consecuencias radica en el régimen capitalista al que estamos sometidos, al neoliberalismo impuesto desde la dictadura (los culpables de absolutamente todo), a que el patrimonio chileno está en las garras de unos pocos grupos ultrapoderosos, y que tenemos un Estado debilitado y maniatado, a lo que se suma un gobierno de gilipollas en los que escasea la voluntad para parar los carros y proteger al pueblo del devenir mundial. Con o sin esta nueva crisis, estaríamos igual: abandonados a nuestra suerte, subyugados al mercado y a la crueldad que rodea a los despidos masivos, a la explotación, a los sueldos miserables y a la terrible confirmación de que somos sólo máquinas, sujetos de producción obligados a trabajar para vivir. Nos falta tener tatuado un código de barras, nada más.

Para terminar, os dedico una canción; la hizo un amigo mío, tal vez la conocen. Dice así:

“es el como y el porqué, es el presente y el futuro.
Es el poder y la pasión, el atractivo más seguro.
El profesor no tiene la cabeza en enseñar,
como el doctor no sale de su casa para sanar.

Somos mil perros tras un hueso, esclavos de los pesos.
No es chiste ser mayor, ¡paren mi reloj por favor!”


Hasta la próxima.



* columna publicada en http://www.elaguja.cl

Tuesday, May 05, 2009

¿Quién quiere ser diputado?

Diciembre no sólo es mes de elecciones presidenciales. Junto con hacer la raya vertical que elegirá al próximo presidente de Chile, los inscritos en los registros también tendremos que votar para renovar nuestro Parlamento. Y si bien la cobertura mediática todavía no es la que tienen Piñera o Frei, poco a poco van apareciendo nombres de eventuales candidatos. Algunos archirepetidos, otros que no calientan a nadie... y otros, simplemente inexplicables.

Resulta que ahora, a Claudio Narea se le ocurrió que quiere ser Diputado de la República. La información fue publicada hace un par de semanas en una sección de noticias breves en Las Últimas Noticias, y además de ponernos al tanto de la última gracia del guitarrista, nos cuenta que, de concretarse la candidatura, Narea iría como independiente por “alguna comuna popular”, como Pudahuel o San Miguel. Es más que probable que se decida por esta última, por razones bastante obvias: su pasado como guitarrista de Los Prisioneros lo fijó para siempre en la retina colectiva, y no faltará el votante ingenuo que le dé su preferencia, pensando que con esa acción, le asegura un escaño a Narea y su espíritu libertario, el de las canciones de los ’80 que, pese a asegurar que quiere dejar atrás esa época tortuosa, insiste en seguir tocando junto a Miguel Tapia. Sin embargo, es sabido que esas canciones revolucionarias fueron hechas por Jorge González, y que Claudio no fue más que el intérprete. El que hacía los solos de guitarra tal como se los enseñaba González, calcaditos. Entonces, ¿quién es el contestatario?

Por otro lado, todo aquel que leyó Mi vida como Prisionero y no se durmió en el intento, pudo constatar el desmedido interés de Narea por el dinero. Para quien no sabe, se lo contamos: “Quería encontrar un trabajo estable, ya que había descubierto que la música no me entregaba el dinero que compensara mi labor”, dice él mismo, a propósito de su precaria situación económica, factor que se convierte en una constante a través de todo el libro (aunque el socio se las arregla para no explicar cómo diablos pudo gastarse los 300 millones que ganó gracias al regreso de Los Prisioneros).

Tomando en cuenta este detalle no menor, ¿qué se puede pensar de las aspiraciones políticas de Claudio Narea? Que una dieta parlamentaria de 5 millones mensuales resulta tentadora, sobre todo para este hombre que primero escribe un libro como método de “sanación”, y luego –incomprensiblemente- se va de gira cantando las canciones que fueron el soundtrack de la peor época de su vida. Todo esto es sinónimo de plata en los bolsillos, y eso a Claudio Narea, claramente, le agrada. Estamos todos de acuerdo en que, con los tiempos que corren, nadie le haría asco a un sueldo de cinco palos, pero por favor, un mínimo de consecuencia. Nadie puede dárselas de humilde y sencillo, teniendo a la vez tal sed monetaria. Algo huele mal ahí, y esta repentina inquietud por un puesto en el Parlamento resulta, por decir lo menos, llamativa. Habrá que esperar a ver cómo viene la cosa, y qué propuestas de acción surgen de la “inquietud” social del señor Narea. Si es que las hay, claro.




LA VISIÓN PAÍS DE NAREA

Thursday, April 30, 2009

Es demasiado triste

... No, no sigue.

Las cosas que vienen pasando desde principios de año me han hecho desistir, al menos por ahora, de seguir contando la historia de lo más bonito que me ha pasado en la vida, que de lindo y triste tienen más o menos lo mismo.

Leí el libro de Narea en pdf. Lo leí con pena, incluso con una sensación de asco, de náusea. Tanta ambición, tanto rencor me causaron verdadera repulsión. No quiero entrar al tema -casi inevitable- del lío de faldas, sólo me gustaría indicar que algo que pasó hace tanto tiempo y que supuestamente está perdonado no debería haber sido relatado de esa manera, con tantos detalles que nadie quiere saber.

Luego, en la Cumbre del Rock Chileno, Narea se juntó con Tapia y tocan Lo estamos pasando muy bien y Quién Mató a Marilyn. Durante los días siguientes, aparecieron en los diarios, muy amiguis, diciendo que tienen proyectos juntos, entre los que destaca una gira y un disco. Lo más deprimente de todo esto es que, considerando que Miguel es el dueño del nombre del grupo, él y Claudito podrían irse a tocar por todo Chile llamándose Los Prisioneros. Con esto, el zombie de lo que alguna vez fueron los presos seguiría destrozando recuerdos bonitos, profitando del mito.

Creo que un grupo no muere cuando se disuelve, sobre todo si es un grupo como Los Prisioneros. Una banda tan revolucionaria, que fue y sigue siendo modelo de nuevas agrupaciones, que es fuente de inspiración, que ha sido tan, pero tan importante, no murió en 2005. En mi opinión, un grupo, aunque esté disuelto, sigue viviendo en los corazones de todos sus seguidores, en cada canción, en cada libro que se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre ellos, en cada recuerdo de conciertos multitudinarios. Sin embargo, siento que el libro de Narea terminó por matar al grupo. Eso, y no otra cosa, fue la estocada final.

Y no contento con terminar con la banda, con hacerla pedazos gracias a su libro, se pone a tocar con Miguel; esto es, mata al grupo y lo resucita en forma de zombie, que no es ni la sombra de lo que fue. ¿Que Narea es el alma del grupo? Por favor. Lo que en estos meses hemos podido ver es una banda de covers de Los Prisioneros, integrada por dos ex integrantes de Los Prisioneros. Es una banda sin corazón, sin nada que la sustente por dentro. Son puras versiones horriblemente mal cantadas, que rayan en lo patético, que dan pena.



We are sudamerican rockers / Tapia-Narea / Antofagasta / febrero 2009


Esa misma pena que me da ver algún video del Estadio Nacional: uno de los mejores días de mi vida, el de los recuerdos más bonitos, está ahora contaminado con tantas palabras, tantas declaraciones en los diarios, y sobre todo, por saber que lo que fue, no volverá a ser y, por si fuera poco, está siendo prostituido y profanado.

Las canciones siguen sonando, y los recuerdos siempre estarán. Para mí, Los Prisioneros fueron y serán lo más grande. Cada canción (todas hechas por Jorge, lo sabemos) forma parte de un legado único. Son demasiados sentimientos involucrados, como para olvidar todo tan fácilmente. No habrá otro grupo al que pueda adorar más, por eso es tan triste ver en lo que se ha convertido, que Jorge esté tan lejos y los otros dos se manden numeritos como a los que nos están acostumbrando.

Prefiero quedarme con la música, con lo increíble que es Jorge, y con los amigos que he ganado gracias a esta pasión en común. Y los recuerdos también, aunque a veces duelan tanto.

Saturday, February 14, 2009

Los Prisioneros y yo (parte 3)

III
2001



Pasé el verano del 2001 escuchando El Caset Pirata, aprendiéndome cada letra y sin cansarme de escucharlas una y otra vez, sin dejar de impresionarme -yo jamás había escuchado algo así- ni de sentirme feliz por los descubrimientos que estaba haciendo: me enfrenté a esa explosiva versión de Estrechez de Corazón y a ese "buenas noches" que antecedía a la canción más ruda, gritona, despechada y sincera que he escuchado jamás, así como escuché por primera vez las improvisaciones de Jorge en Sexo, cuando éste entrevista a Claudio preguntándole si se define un tipo impetuoso, salvaje o romántico; o cuando interroga a Miguel sobre el color de sus ojos o si es velludo. La música de Los Prisioneros me acompañaba y me hacía sonreír en un comienzo de año que -por lo menos en su primer mes- fue bastante infeliz.

En esos años, mi madre estaba inscrita en el Bibliometro, y siempre pedía prestados, para ella y para mí, un montón de libros. Siempre -y gracias a ella- me gustó leer, así que solía disfrutar mucho del beneficio de poder leer tanto. Cierto día, mi madre llegó con algo que, aunque ahora cueste decirlo, es preponderante dentro de esta historia: Corazones Rojos, biografía no autorizada de Los Prisioneros, escrita por Freddy Stock. Independiente de lo que en la actualidad piense de ese libro, en esos momentos me impresionó; debido a mi gusto por la lectura, siempre he considerado que los libros son sagrados, entonces, que se hubiera escrito uno sobre el grupo, significaba que eran realmente importantes. Ese es el razonamiento que a mis doce años, hice. Básico y todo, me parece prácticamente fundacional: recién yo estaba empezando a adentrarme en la discografía prisionera, y ahora podría conocer su historia.

No hay que ser un supergenio para constatar la falta de rigor periodístico y en sensacionalismo que caracteriza al primer libro que se escribió sobre Los Prisioneros. Pero, por deplorables que sean estas características, no todo es tan malo. Pudo ser peor, por lo menos para mí. Nunca, ni siquiera en ese momento, magnifiqué el famoso triángulo amoroso; mentiría si dijera que no me sorprendió enterarme de algo así llegar hacia ese punto de la historia (el capítulo llamado, simplemente, "Diez"), mas preferí privilegiar lo musical... que hay poco, pero hay. De ese libro, rescato principalmente los extractos de canciones, que, tomando en cuenta que yo me había embarcado en una búsqueda frenética de canciones y de todo lo que me ayudara a saber más y más de Los Prisioneros, me sirvió bastante. Me ayudó a reflexionar mucho sobre el grupo, a darme cuenta de su importancia, y debo decir que cuando terminé de leerlo, tenía una sensación distinta. Me di cuenta de que Los Prisioneros no eran cualquier banda; tenían una historia (sacando detallitos rosas, claro) increíble, tanto como su vocalista y líder. Ya no había vuelta atrás: estaba completamente cautivada con ellos.

El 2001 fue un año muy bueno, y fue determinante para mi vida; esto, claramente, debido en gran parte a la arrolladora llegada de Los Prisioneros. No es exagerado decir que en mi vida existe un antes y un después marcado por ellos: una parte importante de lo que en ese momento empecé a ser, e incluso soy ahora, se debe a haberme encontrado con esas canciones y esa actitud, con ese pensamiento que me identificó tanto y me demostró que muchas de las ideas que tenía, p.ej., la de la unidad de los países latinoamericanos, no eran sólo mías; yo no era la única disparatada que creía eso, sino que Jorge González también pensaba lo mismo, por algo lo cantaba en Latinoamérica es un pueblo al sur de EEUU, canción que durante mucho tiempo fue mi preferida.





A un par de cuadras de mi casa, donde en la actualidad hay un McDonald's, estaba Musimundo, tienda que durante ese año visité constantemente, sobre todo para comprar cassettes vírgenes donde habría de grabar los especiales de la FM Hit (esa era la época en la que hicieron un par sobre Los Prisioneros, y gracias a eso conocí canciones como Amiga Mía, y me enamoré por completo) o las canciones que tocaban en Cuerdas Locales, el emblemático programa conducido por Paula Hinojosa, que fue tan importante para la gente de mi edad, los que todavía recordamos con mucho cariño ese programa que escuchábamos y grabábamos sagradamente, ya que constituía un aporte único y gigantesco a nuestra cultura musical. Me encantaba ir a Musimundo y mirar los discos, e imaginar que en un futuro cercano, podría tener todos los que quería, si es que, como mi madre había prometido, obtenía buenas notas. Esa práctica se mantuvo por muchos años; tal vez es por eso que acostumbraba a estar entre los mejores promedios de mi curso, porque sabía que ese esfuerzo académico se vería recompensado con un nuevo cd. Uno de los primeros discos que inauguró esta "tradición" fue, obviamente, un disco de Los Prisioneros: Corazones. Todavía me acuerdo del día en que fui con mi madre, que venía llegando del trabajo. Ya estaba oscuro, pero en esa tienda blanca, todo era luminoso y bonito. Ahí estaba, ¡y era mío! De sólo recordarlo, vuelvo a sentir la alegría de esa oportunidad, de ver a mi madre sonriendo con mi alegría, la boleta en mis manos y la sensación incomparable de abrir por primera vez esa caja, ver el arte, y, claramente, ponerlo en la radio -esa radio en forma de submarino amarillo que me regaló mi madre cuando cumplí doce años- por primera vez. Era un momento emblemático, por lo que, aunque me moría de ganas por saltarme al track 2 (Amiga mía), decidí dejarlo correr, sin dejar de escuchar ninguna canción. Corazones sigue siendo, todavía, mi disco más amado de la discografía de Los Prisioneros. Aunque no hay ninguno que no me guste, Corazones siempre tendrá un lugar de honor dentro de mí. El año pasado, cuando tuve la felicidad de conocer a Jorge, le pedí que me lo firmara. Ahí sí que el disco adquirió otro estatuto, y lo quise con más razón, ya que ya no se trataba sólo del disco que escuchaba una y otra, y otra vez, y que hasta mi madre terminó por memorizar. Ahora estaba autografiado por su creador, quien también lo declara su preferido.




Durante aquel año, la música de Los Prisioneros me ayudó a construir amistades que todavía mantengo, como la que tengo con la querida Fran Ferro. Nos gustaba cantar los temas prisioneros en clases, hablar de las letras o de la historia del grupo. Años después, fuimos juntas a un par de conciertos de nuestra amada banda. A esas alturas -mediados de año- yo conocía muchas canciones, me sabía las letras, las cantaba y las adoraba como jamás he vuelto a adorar la lírica de otra agrupación. Sin embargo, y conforme mi amor prisionero iba creciendo, también aumentaba la tristeza que me producía el que estuvieran separados: ¡tenía tantas ganas de verlos tocar alguna vez! No me bastaba con escuchar El Caset Pirata, yo quería verlos sobre un escenario. Odiaba haber nacido en 1989, año del principio del fin del grupo; solía reclamarle a mi madre no ser admiradora de Los Prisioneros, ya que de ser así, tendría por lo menos el consuelo de que ella me contara cómo eran esos conciertos de juventud, o podría haberme heredado el amor hacia la banda. A mis cortos doce años, sentía que había perdido demasiado tiempo, que habían sido muchos años sin conocerlos. En esos momentos, sólo podía escuchar las canciones y buscar recortes de prensa donde salieran ellos. Nada más.

Pero mis lamentos no duraron mucho. El 6 de septiembre, La Tercera publicó una noticia que me hizo, literalmente, saltar de alegría. El titular contaba que, por primera vez en doce años (¡los años que yo tenía!), Los Prisioneros grabaron una canción: Las sierras eléctricas, cuyo estreno, por supuesto, escuché y grabé en mi programa radial favorito: Cuerdas Locales. A esa noticia maravillosa siguió otra mucho, muchísimo mejor: mis amados Prisioneros, a quienes había jurado amor eterno, invariable, y a todo color, se reunirían a fin de año, para hacer un gran concierto en el Estadio Nacional.





PIDO DISCULPAS; YOUTUBE NO ME PERMITIÓ ALGO MEJOR



(sí, sigue...)

Sunday, February 01, 2009

Los Prisioneros y yo (parte 2)

II
Hallazgo feliz


En el 2000, año en que yo cursaba sexto básico, se produjo el hallazgo feliz. Son varios pequeños sucesos, que casi podrían considerarse como detalles dentro del espectro de la vida entera, pero que sin duda, son cruciales.

Yo tenía una compañera de curso llamada Sliberth. Ella tenía el Grandes Éxitos (1991), y cierto día - no sé por qué- lo llevó al colegio. No recuerdo cómo, pero se lo pedí para mirarlo. Por mucho rato me entretuve viendo las fotos, las que, por supuesto, me parecieron preciosas. Recuerdo sobre todo la foto de Cecilia Aguayo; siempre la encontré demasiado bonita. Sin embargo, lo más importante de este hecho fue que constituye mi primer acercamiento a las letras prisioneras. Estoy segura de que las leí todas, pero tendo el recuerdo de haberme sentido particularmente atraída por la de La voz de los '80 y El Baile de los que Sobran. Me gustaron tanto que las copié, junto con Sexo, en un cuaderno donde escribía las cosas que para mí eran importantes.




Otra amiga, Daniela Jara, llevó un cassette de
Ni por la Razón, Ni por la Fuerza. Lo reconocí inmediatamente como el álbum de la foto que había visto unos años antes. Así que se trataba de un grupo musical, Los Prisioneros, y sus integrantes no se llamaban José Miguel, Manuel y Bernardo, sino que eran Claudio, Miguel y Jorge. Me daba cuenta de que lo que para mí era tan nuevo, para otras compañeras de colegio era algo más que conocido. Me contaban cómo crecieron escuchando esas canciones que yo recién empezaba a descubrir. No me detuve a preguntarme por qué mi madre jamás me había hablado de la existencia de ese grupo, o por qué en mi casa nunca sonaron los temas prisioneros. No quise quedarme atrás, y me propuse averiguar todo lo que pudiera sobre ellos y su música.

Era una tarea difícil. Como ya he dicho, en mi casa jamás se había pronunciado el nombre de Los Prisioneros. No había discos, nunca había sonado una canción suya en alguna radio de mi hogar. Sin embargo, justo se dio la coincidencia que, junto con mi determinación de ampliar mis conocimientos en relación a Los Prisioneros, salió publicado el disco Tributo. El primer single fue Mentalidad Televisiva en versión de Canal Magdalena, el cual sonó mucho en las radios. Se acercaba Navidad, y yo, que rara vez pedía algo, esa vez pedí ese disco como regalo. Poco después, fue publicado El Caset Pirata, compilado de canciones en vivo. Todavía recuerdo que mi madre me dijo: "¿y no vas a querer El Caset...? Mejor ese que el Tributo, porque ahí cantan ellos". No muy convencida, acepté. "Bueno, entonces cómprame ese", le contesté.

















Esa Navidad fue increíble. Después de la cena y una conversación de esas increíbles e inolvidables, llegó el momento de abrir los regalos. Recibí unos lentes de sol, otras tantas cosas que no recuerdo, y lo mejor de todo: E
l Caset Pirata. No pude aguantarme, y lo puse de inmediato. Empezaron los acordes de La Voz de los '80, y yo, al escucharlos, me di cuenta de que esa era la canción que mi compañera cantaba en el baño del colegio. ¡Eran Los Prisioneros!

Al llegar al track 7,
Estrechez de Corazón, casi me fui de espaldas. En algún momento de mi vida había escuchado el "oooohh, tu corazón", pero constatar que era una canción de Los Prisioneros no hizo otra cosa que sorprenderme. ¡Esa canción que me encantaba era de ellos! No dejaba de parecerme sorprendente que dos canciones de sonido tan diferente fueran de la misma banda; eso es algo que durante un tiempo no logré explicarme. Sin embargo, lecturas posteriores me dieron las respuestas.

Esa Navidad fue la mejor de mi vida. Con mi disco nuevo como compañía, el año no pudo terminar mejor.






Esta es la versión que aparece en El Caset Pirata

Tuesday, January 27, 2009

Los Prisioneros y yo (parte 1)

I
Infancia

Los Prisioneros están ligados a mis primeros recuerdos de niñez. No diré que el recuerdo más antiguo que tengo tiene relación con mi amada banda, pero sí es uno de los más viejitos. En mi casa jamás hubo discos de Los Prisioneros; éstos llegaron a mi hogar cuando yo los conocí y les declaré mi amor eterno, invariable y a todo color. Mi familia no los quiere; mejor dicho, no quieren a Jorge González. Les cae mal. No lo encuentran talentoso, ídolo ni bacán. Yo, en cambio, no imagino mi vida sin escuchar o pensar en esas canciones, que me han acompañado durante tantos años y siguen haciéndolo, porque inevitablemente se ligan a mi paso por este mundo. Al país, a la gallada también, claro está, pero a mí me han llegado con una fuerza tal que jamás otro grupo ha podido igualar el impacto que en mí han producido y seguirán produciendo esas canciones, esa estética, esa actitud, esa historia.

Era 1992, yo tenía tres años y en las mañanas, veía el videoclip de Tren al sur en esa tele que trajo mi tata de Panamá, esa misma que fue una de las primeras en llegar al barrio, y según me cuentan, era la envidia de los vecinos. Incluso hoy puedo recordar la sensación de alegría al ver ese video: el tren en marcha, la laguna, los patos, y claramente, la canción. La hermosa canción, que no sé si en esos años cantaba, pero de escucharla tantas veces, logré identificar y disfrutar.





En 1996, a mis siete años, una imagen que no se parecía a nada de lo que hubiera visto antes captó mi atención: las fotos de tres tipos personificando a los próceres patrios que me nombraban en el colegio, pero con una pequeña variación: José Miguel Narea, Manuel Tapia... Bernardo González? Y esos, quiénes eran? Con letras más grandes, decía: LOS PRISIONEROS.
Era, claramente, la foto de Ni por la Razón, Ni por la Fuerza.
De esa manera me enteré de la existencia de tres tipos, que eran Los Prisioneros. Yo no sabía qué eran. No se me pasó por la cabeza que fueran un grupo musical. Podrían ser cualquier cosa, qué iba a saber yo, si sólo vi esa foto y me sentí atraida por ella. Ese suceso no me pareció importante, pero jamás se borró de mi mente. Ahora valoro que no lo haya hecho.

Lo que caracteriza mi infancia, en relación a Los Prisioneros, son estos hechos que acabo de contar. Sucesos pequeños, aparentemente intrascendentes, que fueron poniéndome al tanto de la existencia del grupo que, pocos años después, conocería y amaría como nunca he vuelto a amar a otro. Cuando en 1999, yo estaba en quinto básico, escuchaba a una amiga cantar en la sala de clases ya viene la fuerza, la voz de los '80..., y me quedaba con esa melodía grabada, pero no tenía idea de nada, no sabía que esos eran los tipos de la foto que había visto tiempo atrás. Al año siguiente, y eso por supuesto que yo aún no lo sabía, el encuentro sería directo, consciente y frontal.



(sí, continuará)

Tuesday, January 06, 2009

Un cabro llamado Matías

Hace un año y tres días atrás, yo no sabía que en el mundo habitaba un tal Matías Catrileo, que tenía 22 años, estudiaba en Temuco y luchaba por las reivindicaciones del pueblo Mapuche. Ese 3 de enero 2008 yo, teniendo aún 18 años, vine a enterarme de su existencia con la gentileza del fascismo. La tele y los diarios me pusieron al tanto del asesinato de este cabro a manos de los pacos. Sí, de nuevo. Los pacos culiaos se habían anotado una nueva víctima, un nuevo nombre a la lista de abusos.

Durante los días que siguieron, La Moneda y la Plaza Italia fueron cercadas por las tortugas ninja; los energúmenos de verde dispuestos a impedir cualquier manifestación y castigar como fuera a quien osara protestar por la muerte de Matías. Yo pasaba por ahí y de verdad me sentía mal. Como dije, antes del 3 de enero yo no tenía idea de Matías, pero después de esa fecha, ver las noticias se hacía cada vez más terrible. Él era un cabro como cualquiera de nosotros, pero a la vez, distinto a una mayoría importante. Sólo tenía 22 años, tenía un apellido mapuche que no lo avergonzaba; al contrario, era su máximo orgullo, y fue precisamente la cuestión de su nombre la que lo llevó a apoyar la causa mapuche. Mejor dicho, abrazarla. Luchar con todo lo que tenía a su alcance, llegando incluso a dar la vida.


Datos como los que mencioné deben ser los que en ese momento me tocaron tanto, e inclusive hoy, siguen haciendo que lamente el asesinato de un cabro al que no conocí, ni supe de él mientras estuvo vivo. Precisamente por eso: porque fue un asesinato, por la crueldad del hecho, porque quedó impune. Es sabido que en este país, la muerte de un paco es motivo de conmoción nacional (o no, Bernales?): todos andan histéricos, todos lo lamentan, todos se vuelven locos. Pero cuando un paco le pega o mata a un cabro de nuestra edad, un cabro que se rebela contra la injusticia imperante, queda como héroe, y esa imagen es legitimada desde las grandes cúpulas de nuestra sociedad, e incluso por la gente común y corriente: no debe sorprendernos que nuestros familiares o vecinos encuentren que un paco que asesina está cumpliendo con su deber. Claro, ellos se tragaron el cuento del terrorismo, sin detenerse a pensar ni por un segundo, para darse cuenta de que lo que unos llaman terrorismo, no es otra cosa que resistencia.

Yo también quisiera luchar más de lo que creo, hago o intento hacer. También me hubiese gustado tener un apellido mapuche, o en su defecto, llamarme Melipal o Millaray. Pero no tengo nada de eso, sólo la fuerza y las ganas que nacen de la observación de la realidad inmediata y del asco que me da esta "democracia". Y, por supuesto, la pena por Matías. Porque era tan joven, porque creía en algo y se la estaba jugando por eso.

Él, como tantos otros, no se tenía que morir. No así.