He vuelto, mis paisanos. Por motivos que aún no me explico, el staff Agujón me convocó nuevamente para hablaros, esta vez, del capitalismo. Sin duda, un tema contingente, si pensamos en la crisis económica que nos tiene a todos con el cinturón casi tan apretado como en el período 1997-98.
En esa época, yo tenía 9 años. Me acuerdo que el país crecía en un simpático 7%, y por lo menos en mi clasemediera casa, se respiraba la bonanza, y se expresaba en pulentos regalos, mucha ropa, muchos libros nuevos, y las salidas al cine y a almorzar afuera de todos los fines de semana. En fin, se podía acceder a un montón de bienes materiales. Pero, con la crisis asiática, a mi mamá la echaron de la pega y se terminaron las salidas como las conocía hasta ese momento. Los libros pasaron a ser un lujo, así como el cine, los museos, las ricas onces y las compras varias.
Que se redujera el poder adquisitivo familiar no atentó contra mi infante felicidad. Que ya no se pudiera ir al cine cada semana no arruinó mi vida, pero sí tengo claro que me afectó ver a mi mamá sin trabajo, preocupada por el porvenir. En ese entonces no entendía nada, pero el tiempo me hizo constatar que la inestabilidad, los efectos de crisis remotas y el largo etcétera de consecuencias radica en el régimen capitalista al que estamos sometidos, al neoliberalismo impuesto desde la dictadura (los culpables de absolutamente todo), a que el patrimonio chileno está en las garras de unos pocos grupos ultrapoderosos, y que tenemos un Estado debilitado y maniatado, a lo que se suma un gobierno de gilipollas en los que escasea la voluntad para parar los carros y proteger al pueblo del devenir mundial. Con o sin esta nueva crisis, estaríamos igual: abandonados a nuestra suerte, subyugados al mercado y a la crueldad que rodea a los despidos masivos, a la explotación, a los sueldos miserables y a la terrible confirmación de que somos sólo máquinas, sujetos de producción obligados a trabajar para vivir. Nos falta tener tatuado un código de barras, nada más.
Para terminar, os dedico una canción; la hizo un amigo mío, tal vez la conocen. Dice así:
“es el como y el porqué, es el presente y el futuro.
Es el poder y la pasión, el atractivo más seguro.
El profesor no tiene la cabeza en enseñar,
como el doctor no sale de su casa para sanar.
Somos mil perros tras un hueso, esclavos de los pesos.
No es chiste ser mayor, ¡paren mi reloj por favor!”
Hasta la próxima.
En esa época, yo tenía 9 años. Me acuerdo que el país crecía en un simpático 7%, y por lo menos en mi clasemediera casa, se respiraba la bonanza, y se expresaba en pulentos regalos, mucha ropa, muchos libros nuevos, y las salidas al cine y a almorzar afuera de todos los fines de semana. En fin, se podía acceder a un montón de bienes materiales. Pero, con la crisis asiática, a mi mamá la echaron de la pega y se terminaron las salidas como las conocía hasta ese momento. Los libros pasaron a ser un lujo, así como el cine, los museos, las ricas onces y las compras varias.
Que se redujera el poder adquisitivo familiar no atentó contra mi infante felicidad. Que ya no se pudiera ir al cine cada semana no arruinó mi vida, pero sí tengo claro que me afectó ver a mi mamá sin trabajo, preocupada por el porvenir. En ese entonces no entendía nada, pero el tiempo me hizo constatar que la inestabilidad, los efectos de crisis remotas y el largo etcétera de consecuencias radica en el régimen capitalista al que estamos sometidos, al neoliberalismo impuesto desde la dictadura (los culpables de absolutamente todo), a que el patrimonio chileno está en las garras de unos pocos grupos ultrapoderosos, y que tenemos un Estado debilitado y maniatado, a lo que se suma un gobierno de gilipollas en los que escasea la voluntad para parar los carros y proteger al pueblo del devenir mundial. Con o sin esta nueva crisis, estaríamos igual: abandonados a nuestra suerte, subyugados al mercado y a la crueldad que rodea a los despidos masivos, a la explotación, a los sueldos miserables y a la terrible confirmación de que somos sólo máquinas, sujetos de producción obligados a trabajar para vivir. Nos falta tener tatuado un código de barras, nada más.
Para terminar, os dedico una canción; la hizo un amigo mío, tal vez la conocen. Dice así:
“es el como y el porqué, es el presente y el futuro.
Es el poder y la pasión, el atractivo más seguro.
El profesor no tiene la cabeza en enseñar,
como el doctor no sale de su casa para sanar.
Somos mil perros tras un hueso, esclavos de los pesos.
No es chiste ser mayor, ¡paren mi reloj por favor!”
Hasta la próxima.
* columna publicada en http://www.elaguja.cl
4 comments:
Mis tiempos de trabajadora y bolsillos con dinero fueron buenos momentos. Ahora que soy una estudiante cesante la vida es mas dificil y en mi bolsillo hay mas pelusas que billetes.
Era bacán 1998.
vaya no sabia que chile fuera asi, mmm.. empiezo a creer que chile no es tan perfecto como lo dijo Ricardo Lagos en algun momento.
igual bonito blog.
Saludos desde Perú.
Piars, comencé a leer tus posts por tu admiración a Los Prisioneros, la cual comparto. Eh, vamos no te desanimes y trata de completar tu crónica de fan, que al fin y al cabo los integrantes del grupo son seres humanos, peros su acciones individuales nunca podrán terminar con el más grande grupo de rock chileno. Saludos desde Perú.
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