En el gobierno están desesperados. Y no sólo son ellos: son los señores poderosos y los adultos en general los que ven con preocupación que la presencia juvenil en las urnas es cada vez más escasa. El “envejecimiento del electorado” se remonta a 1988, cuando se reabrieron los registros electorales para las elecciones que llevaron a Patricio Aylwin a La Moneda. Desde esa fecha, el fenómeno se ha acrecentado de tal manera que en 2008 la base de datos del Servicio Electoral (SERVEL) revelaba la cifra de sólo 1.213.521 inscritos considerados “jóvenes” (es decir, entre 18 y 34 años).
Con un panorama así, se puede entender la histeria de los políticos. Cómo no se van a desesperar, si el plazo para inscribirse vence el próximo 13 de septiembre* y el potencial electorado no tiene ganas de cumplir con su “deber ciudadano”, porque éste no les da esperanzas. En política la esperanza es clave, porque mantiene a la gente interesada en hacerse cargo de su propio destino, la mantiene creyendo que se puede hacer algo. Sin esperanza no hay votantes que perpetúen a los políticos en sus cargos, y eso los preocupa tanto. Elección tras elección ensayan nuevos métodos y la cosa no funciona: definitivamente, no saben qué hacer para “encantar” a la población sub 35.
Más allá de la campaña en sí, lo más importante es preguntarnos sobre el porqué de votar. ¿Hacerle una raya a la papeleta y después seguir con nuestras individualistas vidas nos hará mejores? ¿Gane quien gane, las cosas realmente van a cambiar? “Yo tengo poder, yo voto” sólo funciona si somos tan ingenuos como para creer que con votar estamos mejorando el país. ¿Es suficiente? No, por supuesto que no. Si decidimos inscribirnos en los registros electorales –mala noticia- ya no podemos echar pie atrás. Lo que nos queda es asumir el deber con hidalguía: ir, hacer la rayita y ser unos buenos niños. Pero si pensamos que con eso basta, estamos muy equivocados.
Queda poco tiempo, lo sabemos. Jóvenes y jovencitas: si quieren inscribirse, háganlo, allá ustedes. Voten como quieran, pero no olviden que eso de “la historia es nuestra y la hacen los pueblos” es más que una frasecita de camiseta. La idea –con o sin elecciones de por medio- es ser capaces de hacer, de participar. Por otro lado, si están orgullosos de ser votantes pero no quieren mover un dedo por alguien que no sea ustedes mismos... bien también. Ojalá no nos estorben cuando llegue la hora de torcerle la mano al destino.
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