Thursday, February 03, 2011

Andar sola


Me gusta estar conmigo. La mayoría de los días me soporto; incluso cuando ando odiosa me caigo bien. No es que me crea bacán, solo tengo una buena relación conmigo misma y me agrada caminar, escuchar música, vitrinear, comprar chucherías, qué sé yo. Cosas que puedo hacer con otros u otras, pero que hago con mi persona. ¿La razón? Necesito tiempo para mí.


Ayer recordé cuánto me gusta estar sola, ya que tuve que pasar una tarde completa así. Almorcé con mi tata, la tía y la Luzma. Ayer, 2 de febrero, ella cumplió 24 años y lo celebramos con un monumental almuerzo en el Ocean’s Pacific, un restaurant que queda cerca del metro Cumming. Si pueden, vayan. Es caro, pero exquisito. Lo pasé muy bien riéndome con mi familia, sacando fotos, tomando vino blanco en un copón, comiendo cantidades grotescas de ceviche, camarones, machas… y el postre: helado de mango. Bacán. Definitivamente, este almuerzo quedará en mi memoria como uno de los mejores de mi vida por todos los motivos antes mencionados. Todo bien.

El plan original era que, después del almuerzo, me reuniría con @santaevitaa para seguir chancheando. Pero la salud le jugó una mala pasada a mi querida amiga, y me mandó un mensaje diciéndome que nuestra junta de chicas no podría ser. Oh, problema: el plan contemplaba que pasaríamos la tarde juntas y que luego yo iría a la marcha contra el alza del pasaje del Transantiago, que sería (fue) a las 19 horas. El conflicto, entonces, es que eran las 16 horas… ¿qué haría durante las próximas tres? No tenía idea. Me despedí de mi familia y simplemente me puse a caminar.

Fui hacia el metro Cumming. Por la sombrita. Con la música del celular caminé hasta Mapocho. Doblé hasta llegar a Bandera. Miré ropa. No me gustó nada. Tenía calor. Fui por calles chicas hasta bordear el Mercado Central, donde el año pasado estuve porque tuve que escribir una crónica sobre ese sector, y sentí que había pasado muchísimo más tiempo que solo unos meses. Pasé al Santa Isabel cercano y me compré una lata de Escudo; con una me bastaba. Crucé hasta el Parque Forestal, me senté,fuera zapatos, y a disfrutar.

Vino un muchacho a ofrecerme panqueques con manjar. “Estoy llena, gracias”. Intercambio de sonrisas. Escucho música, miro el paisaje… y en la calle como siempre, jodiendo andaban los pacos, como dijo certeramente Ismael Serrano. No quería irme presa (?) por beber en la vía pública, así que me puse los zapatos y me alejé de las motos, que estaban peligrosamente de una pareja (¿control de identidad? No vi ni quise ver). Unos metros más allá, me terminé la Escudo. Por mi lado pasó el muchacho de los panqueques. Intercambio de sonrisas, parte dos. Era lindo.


Volví a caminar. Fui por Bellas Artes hasta el Santa Lucía. Pasé por el café donde estuve por última vez con Amancay. Empecé a subir el cerro y sentí que me dolían las piernas. Literalmente, me eché en el pasto a escuchar a Kings of Leon. Miraba los árboles y vi a un guardia mirándome. Pretendía estar mucho rato ahí, mirando el cielo, dejándome sorprender por el orden aleatorio de las canciones, pensando en poco y nada, pero una pelea de perros me interrumpió el descanso. Volví a ponerme los zapatos y seguí caminando sin rumbo fijo. Eran las 17.30.

Victoria Subercaseux y doblar hacia la Alameda. Vi autos estacionados, y en uno de ellos, un hombre tan acostado como le era posible, también escuchaba música. No cuesta mucho ser feliz en esta vida, esos pequeños placeres hacen que todo sea un poco. Pasé por el @SNSCafe y deseé que estuviera abierto. Seguí hasta Plaza Italia y doblé hasta el Parque Bustamante. Imaginé compartir una caja de vino, como en 2022 de Fother Muckers, y recordé cosas que no puedo contar.

Recorrí el parque, deseando un jugo natural o agua mineral. Pasé por aquella banca donde en 2009 entrevisté al Piero, de De Saloon, para el trabajo sobre radio Uno que hicimos para Cultura de Masas. Detrás del café literario está esa fuente donde los escolares fueron a mojarse, desesperados, mientras los pacos nos hacían la encerrona, en la marcha del 18 de agosto del año pasado. Ese día pasé corriendo, escupiendo y llorando, y terminé en la peluquería de unas colombianas que me acogieron, me dieron café y ánimos. También pasé por el café donde ese chileno hijo de puta me negó asilo.

Una de las mejores cosas de aquel periplo fue encontrar unos columpios, correr a ellos y escuchar a Calamaro. Así me dieron las 18.38. Con las piernas acalambradas seguí caminando de regreso a Plaza Italia,y a por un agua mineral. Pronto empezaría la marcha.