Wednesday, November 17, 2010

4. Fragmento

...En realidad, estamos cumpliendo un rol que nos corresponde de acuerdo al lugar que ocupamos en esta sociedad. Tú eres de los que piensa que hay que reunir todos los esfuerzos para poder construir bases para la revolución. Ese es el único camino para poder crear un movimiento revolucionario y estudiantil que sea fuerte y permanente. Para aglutinar hemos asumido el papel de aunar criterios y diversidades. Otros han tenido que consagrarse a otro tipo de labores. La división del trabajo deviene en la aparición de funciones, siendo la intelectual correspondiente al amo, y la manual al esclavo.

En su condición de asalariado, el esclavo se ve obligado a sacrificar un mínimo de ocho horas de su vida para convertirlas en trabajo, a cambio de una minúscula cantidad de dinero. El resto se lo queda el patrón, lo sabemos bien. Es algo que vemos todos los días; si te digo “dieta parlamentaria” sabrás a lo que me refiero. Incluso en Rebelión en la Granja, George Orwell lo ilustra en la figura de los cerdos, quienes basan su supremacía en la explotación y el maltrato hacia los otros animales, quienes hacen el trabajo sucio mientras los cerdos comen mejor que nadie y gozan del ocio, justificando la imposición de ese orden en que ellos son los más inteligentes y capacitados para administrar la Granja, y que tamaño esfuerzo intelectual merece una recompensa que materialmente se traduce en una serie de privilegios: mejores raciones, mejores estancias, etcétera.

Atendamos a Marx, que dice que las fuerzas de producción terminan causando un gran daño y pasan a ser fuerzas de destrucción (el autor alude a las máquinas y al dinero), y “lo que está relacionado con ello, que se da origen a una clase que tiene que soportar todas las cargas de la sociedad sin sacar provecho de sus beneficios, a la que se hace salir de la sociedad y se constriñe al antagonismo más firme con todas las demás clases; una clase que constituye la mayoría de todos los miembros de la sociedad”. Esa misma mayoría es la que permanece silenciada. El rebaño se limita a pastar y regalar su lana, sin caer en la cuenta de lo que al parecer no es tan obvio: que son mayoría y que articulándose en serio pueden terminar con aquello que lo subyuga y, por qué no decirlo, ser libre y feliz.

Pero no es tan sencillo. En su calidad de regulador y protector de la mercancía, el Estado ha de velar por la continua producción y la perpetuación del orden establecido. He ahí un motivo de la organización del biombo ideológico que coarta cualquier amago reivindicatorio incluso cuando éste empieza a concebirse. En ese sentido, el Estado no está solo. Podríamos decir que tiene dos maneras de pedirte que trabajes y obedezcas. La primera es por las buenas, con el circo mediático y su moralización entretenida. La segunda es por las malas: echándote encima a los pacos, guardianes por excelencia del Estado y su sistema mercantil. Donde haya Estado habrá policía lista y dispuesta a detener cualquier alteración que quieras hacer al curso habitual de la ciudad o del Estado mismo. Sócrates define a la policía como aquellos encargados de cuidar la ciudad y establece que éstos deben tener un temperamento “apacible y fogoso a la vez”. Volviendo a Marx y la repartición del trabajo, cada cual tiene un determinado e impuesto círculo de acción y no puede salir de ahí. El cazador caza, el pastor pastorea y el paco te pega. Con esto, te oprime y te recuerda que no eres nada y que el Estado es todo.

Hasta ahora, hemos descrito un panorama inquietante. A primera vista, cualquiera podría decir que nos hemos limitado a enunciar dinámicas de la sociedad y de la vida misma. Pero no. Lo que hemos hecho es describir un sucedáneo, eso que nos venden como vida pero no lo es, y nosotros no sentimos y lo sabemos. Así como identificamos las marcas piratas que imitan casi a la perfección a las originales, sabemos que la rutina no es más que un transitar y que la verdadera vida, no la vida entre comillas, es otra cosa que no sabemos muy bien cómo describir y que escasamente podemos imaginar, pero de cuya existencia estamos más que seguros.

Insistiré en la constatación de la obligación del trabajador a cumplir el rol que le corresponde, para así satisfacer necesidades básicas como comida, vivienda y ropa. Precisamente, el trabajo es el medio de satisfacer dichas necesidades, así fue concebido y así nació: para mantener vivos a los seres humanos. No obstante, y ya teniendo completamente asumido que esto no merece pretender llamarse vida, deberíamos dar el siguiente paso; ser conscientes de nuestro derecho a sabotear todo lo que sirve para destruirnos: el trabajo asalariado, la manipulación, la desigualdad, el mercado y el espectáculo.

El orden social es asqueroso y te fuerza a todo. Incluso donde crees ser autónomo hay fuerzas operando para empujarte hacia algún lado. Supongamos que te sientes tremendamente atraído por alguien, pero tus amigos y conocidos no la quieren o creen que es estúpida o impopular. Si te alejas, el miedo gana, y con esto ganan tus opresores. Si insistes en acercarte, estás desafiando a la presión social, a la espectacularidad que impregna la vida cotidiana de apariencias. A lo que voy es que esta pseudo vida nos dota de caretas que nos hacen más funcionales y más útiles, más motivados y trabajadores. Pero cuidado: cuando éste pasa a ser un estilo de vida, en realidad se convierte en una no-vida, en la negación de ésta y en la alienación del hombre que deja de ser hombre para, como hemos conversado, ser maquinaria y transitar en el no-tiempo.

Estamos hartos de todo eso, de los tiempos muertos que separan el término de una tarea y el comienzo de otra. De las obligaciones que hacen que la verdadera vida se pierda. No queremos ser seres grises que miren cómo pasa el tiempo sin que pase nada. Me gusta cuando Vaneigem sostiene que ya no hay jóvenes ni viejos, sino unos individuos más o menos vivos”. Así las cosas, fácil es concluir que es posible que un quinceañero viva más que su propio padre, si se da el caso de que el muchacho se da la oportunidad de conocer y experimentar el mundo y las relaciones con otros seres humanos, cosa que su papá, sometido a la legalidad impuesta por el trabajo (desde horarios hasta modos de comportarse), no puede hacer. En el ejemplo que te doy, el chiquillo estaría rebelándose contra los muertos que gobiernan y los muertos gobernados.


Anteriormente dije que la lucha nos hace sentir libres y vivos. Felices, diría yo. Intensos, gritones, chascones y jóvenes. A propósito de la juventud, recordaré una bella cita que compartiste conmigo. Es de Mustafá Kayatí: “Es justamente la juventud la primera en asegurar una irresistible pasión de vivir y de sublevarse espontáneamente contra el tedio cotidiano y el tiempo muerto que el viejo mundo continúa segregando a través de sus diferentes modernizaciones”.



CONTINÚA

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