Pero, por muy espantoso que nos parezca, ese es justamente el papel de los medios de comunicación. Yo me jacto de que sé del tema, así que permíteme contarte. Éstos instalan los dispositivos simbólicos que regulan las relaciones de todos los socios de la sociedad; separan lo bueno y lo correcto de lo malo y equivocado, lo que está de moda, lo que debe hacerse, etcétera.
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Por otro lado, los medios de comunicación establecen el precepto de que el trabajo es bueno, que es lo mejor que puedes hacer con tu vida. Quienes formen parte de los índices de cesantía sólo serán – en el mejor de los casos- los pobrecitos desafortunados que no pueden laburar. En parte sí: porque quien no trabaja no come, y quien no come, se muere. Pobres de ellos. En el peor de los casos, quienes conformen la masa desocupada no serán más que una tropa de flojos, que son pobres porque les gusta y porque quieren que les regalen todo, y que cómo es posible porque si hay algunos que trabajan sin descanso, estos otros zánganos quieren vivir a costa de los demás… etcétera. ¿Te suena ese discurso? Yo creo que sí, y eso es porque además de haberlo escuchado durante toda tu vida, a veces puedes sentir una especie de voz que lo grita dentro de ti y te dice que tienes que avanzar, que tienes que seguir trabajando, que debes hacerlo bien y estar pendiente de que quienes te rodean lo hagan también. Este tipo de construcciones están socialmente arraigadas por culpa de los medios de comunicación, quienes te presentan la producción como un estilo de vida. El capitalismo te muestra este panorama como el único posible, con la trampa del descanso al llegar a casa, del happy hour con los compañeros de oficina o con el circo de la televisión. Lo que no sabemos es que en cada uno de esos momentos de “abstracción” seguimos produciendo, pero desde la vereda del consumo.
Para que dejaran de mentir esto tendrían que desaparecer. No pueden reformarse, por ejemplo no puedes pedirle a Las Últimas Noticias que deje de poner minocas en las portadas, así como tampoco puedes esperar que algún día El Mercurio deje de ser tan, pero tan re facho, porque no sucederá. Si estamos hartos de la mentira organizada, debemos cortarla de raíz. Sólo así avanzaremos hacia una sociedad donde, como dice Vaneigem, “cada uno de nosotros pueda dar a conocer lo que le interesa gracias a la libre disposición de las técnicas (imprentas, telecomunicaciones)”. Sin medios que profiten del circo al que estamos arrojados, podremos construir una vida realmente apasionada y dejaremos el cúmulo de apariencias que es la “vida” en la que estamos insertos. En la auténtica vida, el discurso debe pertenecer a todos, no al que pagó más. En esa vida de verdad no pueden existir dueños de la palabra que tracen fronteras, te digan lo que tienes que hacer y nos dividan entre funcionales y enemigos del sistema.
El tema de los medios como configuradores de la sociedad y guardianes del orden establecido es notable. Me parece necesario escribir sobre él y (sobre todo) socializarlo, porque ellos son quienes canalizan el poder. Ellos forjan y protegen esta sociedad de la vigilancia y le evitan al Estado el engorroso esfuerzo de meternos un chip en la nuca. No es necesario, porque nos tienen moldeados, dóciles y respetuosos de las reglas, y porque siempre habrá alguien dispuesto a delatar al que desobedece. Eso pasa porque todos tienen mucho miedo. O tenemos si quieres. Me incluyo; no quiero sonar como con ínfulas de superioridad, como diciendo "ellos temen, yo no".
En distintas medidas, todos tememos. Lo importante es tener muy presente que cuando nos da miedo, estamos cediendo al poder, al orden que nos imponen. Cuando claudicamos, ellos ganan y cumplen el objetivo de mantenernos en el sosiego. No es casualidad que nos presenten la calle, las relaciones… en fin, el mundo, como un lugar peligroso donde no se puede confiar en nadie y donde la única salida es arreglártelas solo. Si se mantienen los cuerpos produciendo, y si además te aseguras de crear las condiciones que les impidan crear lazos, pensar al mundo y pensarse a sí mismos, la sociedad funciona. Por eso la moralización del discurso del poder –y la canalización de ésta, cortesía de los medios de comunicación- va acompañada del eterno espectáculo y de la apariencia de un goce tan alienado como el trabajo mismo. Todo ha de ser brillante y simpático, entretenido, chispeante y sobre todo hipnótico; no vaya a ser cosa que desviemos la mirada y nos pongamos a reflexionar, cosa difícil, porque desde pequeños experimentamos el ahogo de cualquier asomo de idea contraria o cuestionamiento. Lo tenemos tan arraigado que nos cuesta imaginar formas distintas o acceder al pensamiento. Súmale el miedo a abandonar la plácida seguridad de la “vida” y obtendrás la no-relación, la no-articulación. La consecuencia inmediata es que todo sigue igual.
CONTINÚA
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