La mejor navidad de mi vida fue la del 2000. La pasé con mi mamá, en la casa. Recuerdo que fuimos a un Santa Isabel cercano a comprar todo para la cena, y aunque no tengo idea qué comimos, sé que entre las compras había champiñones. Creo que por eso los amo tanto. Después fuimos a la famosa misa del gallo. Yo estaba muy chica como para negarme, cosa que sí hice terminantemente hace un par de años. No quiero nada con la religión.
Esa vez, me dejó sentarme en la cabecera de la mesa. Conversamos mucho sobre libros, como hasta el día de hoy hacemos. Había una luz tenue. Aún armábamos arbolito, y sus luces llenaban el living de colores. A las 12, los regalos: lentes de sol –los segundos de mi vida, yo creo-, otras cosas que no recuerdo y El Caset Pirata, de Los Prisioneros. Ese es el disco en vivo que habían lanzado pocos meses antes, y que mi mamá me ofreció a cambio del Tributo. “En El Caset… cantan ellos. Es mejor, ¿no?", me dijo para convencerme. Claro que tenía razón.
Releyendo estos dos párrafos me doy cuenta de que quien los lea pensará que no es gran cosa, es una navidad más. Pero fue la mejor por la compañía de mi mamá, por la confianza, por la conversación, incluso por la comida, porque marcó mi historia como fan de Los Prisioneros, qué sé yo. Es fácil de sentir pero difícil de explicar. Le tengo cariño y es la navidad que más recuerdo, más que las navidades en Arica o las otras que he pasado aquí en Santiago. Simplemente fue la mejor, y ninguna le ha hecho (y quizás le hará) el peso.
Ahora es distinto. Uno crece y la navidad se transforma en un mar de gente en ferias repletas, en bolsas, en señoras sudorosas que corren tras la oferta de último minuto. Se convierte en las noticias sobre las compras de última hora, en los malls y sus ventas nocturnas, en el trabajo sin descanso. Este país hace que todo sea peor. Al mar de gente se suman los treinta y tantos grados de temperatura, la venta de bebidas para pasar el calor, las noticias sobre este tema, y vamos de nuevo convirtiendo todo en espectáculo. Como si la navidad en sí misma no fuera un gran espectáculo donde todo queda reducido a comprar. Me pregunto cómo lo hacen los papás de los niños para mantener la magia en medio de todo este caos.
Quizás era igual cuando éramos niños y no nos dábamos cuenta. Yo también recibía montones de regalos cuando era muy chica, no reniego de eso. El montón fue bajando con los años, claro está. El año pasado, por ejemplo, mi abuelo no me compró nada, porque instalaron la política de no meterse en multitudes. A mí me parece bien. Yo tampoco compré regalos para nadie, ni siquiera para mi mamá, a quien puedo regalarle algo en cualquier otro momento del año. Prefiero pasar estas fiestas relajada, con mi familia. Comer algo rico y compartir. Llamar por teléfono a la gente que me importa y así demostrarles que los quiero. Nada de compras desesperadas, de endeudamiento ni de sobreexigencia a los vendedores que trabajan sin descanso.
No quiero hacerme parte de una fiesta donde poco se celebra, donde todo el estrés queda en nada. La dinámica que ha adoptado la navidad no hace más que deshumanizarnos, y eso a mí no me interesa. Voy a resguardarme lo más que pueda.
No comments:
Post a Comment