Tú opinas que está todo diseñado, pero no para evitar el pensamiento, sino para que no queramos hacer nada: aceptamos las condiciones de “vida” que nos imponen el trabajo o el estudio, pero sólo firmamos ese contrato porque sabemos que, dadas las condiciones, no hacerlo es infinitamente peor. Y no nos gusta, estamos cansados, aburridos y deprimidos, pero no hacemos nada, sólo nos revolcamos en la inercia, al tiempo que esperamos el próximo fin de semana, las vacaciones, la noche o el momento que sea para detenernos por un rato y creer que estamos descansando.
Yo te respondo que el sistema está perfectamente armado para que no podamos pensar ni ejecutar. Ello, porque existe una rutina demasiado sólida, y para hacer algo tienes que romperla. La rutina es una estructura con horarios y tiempos muy bien amarrados, con escasos o nulos huecos libres. Así las cosas, ¿cómo ir a “funar” al presidente? Simple: desarmando eso. No yendo a clases, alterando esa rutina que te impide hacer cualquier cosa que intervenga en el cumplimiento de tus deberes. Uno sabe que cuando hace eso, arriesga cosas como perderse una evaluación o tener problemas de asistencia. Son superfluas pero a la larga afectan porque siguen desordenando tu rutina, pero no para darte tiempo de dedicarte a otras actividades, sino que te dan más trabajo, y estamos claros que eso puede aminorar el ímpetu por moverse.
Sinceramente, creo que así como hay tanta gente que ama todo tal como está, hay otros tantos que quisieran cambiarlo, pero se quedan en el deseo y no hacen nada porque respetan mucho esa estructura. La clave es alterar la rutina y romper esta cotidianidad.
Repetiré algo que ya dije: nosotros queremos cambiar el mundo. A continuación, repetiré también que una forma de canalizar ese anhelo es la política estudiantil: aprovechamos el espacio universitario para llevar a cabo todas las iniciativas que se nos ocurran, para organizar la resistencia contra todo aquello que quiere destruirnos y ayudar a otros. He ahí la ligazón de nuestra condición de estudiantes privilegiados con la enajenación de la producción en serie. Lo que nosotros hacemos en nuestras facultades es trabajo. Estudiar es un trabajo y cultivar la tierra también es trabajar. No obstante, los agricultores sirven para ejemplificar un tipo de trabajo que, llevado a la vida auténtica que algún día queremos experimentar, bien podría calificarse como “ideal”, ya que produciríamos lo que sea realmente necesario para que todos estemos sanos y bien alimentados, y no en cantidades industriales que terminan por esclavizar al hombre y lo condenan a dedicar su vida a producir sin descanso, cosa que al final no es vida. Como dice Vaneigem, cuando trabajamos para la reproducción y acumulación de mercancías, dejamos de pertenecernos y nos convertimos en extraños a nosotros mismos. Dicho de otra manera, nos tornamos máquinas.
(...)
A mí me gusta hacer todo lo que hago, pero no por amarlo no lo cuestiono. Es más: creo que nuestro activismo merece análisis, porque ahí puede encontrarse una contradicción. Ambos estamos contra el trabajo forzado (ese que, como hemos discutido hasta la majadería, priva al hombre de su humanidad y lo transforma en mera cosa), pero resulta que por un lado despotricamos contra éste y por otro nos quedamos hasta la madrugada trabajando para nuestros respectivos colectivos, corremos de un lado para otro organizando actividades y dedicamos tiempo de nuestro fin de semana o vacaciones a la eterna producción. Entonces qué, ¿somos esclavos nosotros también?
Yo creo que a veces sí lo somos. Lo angustiante es darse cuenta de eso, es decir, estar en medio del estrés de leer documentos o ante la flojera de pintar un lienzo y sentirse asfixiado, “moralmente obligado” a seguir adelante sin quejarnos, a hacerlo luego y hacerlo bien. Nos cuesta admitirlo, pero es así. No estamos en una oficina ni en una construcción, no tenemos hijos y lo hacemos porque queremos, pero de todos modos el trabajo es más fuerte y nos aprisiona ahí donde creemos tenerlo controlado. En otras palabras, nos consume. Y nosotros, que nos creemos tan rupturistas, no hacemos más que reproducir la estructura burocrática que atacamos. Tantas reuniones, coordinaciones y asambleas son más trabajo del que tenemos por el solo hecho de ser estudiantes y tener que responder académicamente.
Y ya que nos pusimos autocríticos, diré que de poco sirve que sepamos que nuestra sociedad establece que el trabajo es bueno para mantener a los cuerpos sumidos en la producción. Si tenemos esto claro, sería lógico que no caigamos en el juego de los medios de comunicación y las dinámicas de las relaciones sociales hagan mella en nosotros; lo que deberíamos hacer es ignorar esos preceptos y hacer lo que se nos antoje, sin presiones de por medio. Pero olvidamos que vivimos los 90’s, época de ultra arraigo del consumo como forma de ser exitoso o por lo menos ser “alguien”, donde además se interiorizó el concepto de meritocracia, que desde siempre nos han inculcado. Lo tenemos en la piel, qué le hacemos. Por eso nos debatimos entre las fuerzas malignas y las que nos empujan a rebelarnos; por eso escapamos del deber con adrenalina y con la certeza de hacer algo socialmente incorrecto, pero personalmente delicioso.
CONTINÚA
1 comment:
La verdad, he leído varias historias de jóvenes estudiantes que luchan, se hacen de izquierda, tiran piedras, protestan y quieren cambiar el mundo como tu o como yo. Después que egresan tienen pega, les empiezan a pagar un bonito sueldo, todo ese pensamiento se va por el tacho, por que este mundo está lleno de competencias y lamentablemente el que tiene más poder adquisitivo es al que tratan con cariño, como dice un dicho "si mi perro fuese millonario seria Don perro" La gran mayoría de los actores de tv tiraron piedras en el pasado y ahora están vendiendo tarjetas de crédito a la gente (cuidado con eso) mandando a la gente a endeudarse y a tener ese poder adquisitivo en cuotas,creo que el verdadero espíritu que debe cambiar es el de uno mismo que al ver el dinero que te pasan para mantenerte relativamente "bien" no te hagan brillar los ojitos y a olvidarte de todo lo que dices, saludos.
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