El viernes en la noche me encontré una billetera. Pasaba por la parroquia que está a media cuadra de mi casa, iban a ser las diez y le pegué a algo con mis botas-especiales-para-marchar. Andaba con esas botas porque venía llegando de la marcha contra Hidroaysén. Faltaba poco para llegar, tenía frío y esperaba una llamada de radio ADN, para opinar sobre el uso de las lacrimógenas en las protestas.
Cuando vi que era una billetera, la recogí y la abrí, en plena vereda. Vi que pertenecía a un hombre (no daré nombres). Estuve algunos segundos parada sin saber qué hacer con ella, casi lamentándome por haberla pillado. Pensé en ir a dejarla a la parroquia, pero desconfié. Pensé en preguntar por el tipo entre los asistentes a un velorio que ahí mismo se desarrollaba, pero no quise. Al final opté por irme a casa e intentar ubicarlo desde allá.
Una vez en mi pieza revisé todo el contenido de la billetera, que era negra, corriente, como la que el año pasado le regalé a Nico para su cumpleaños. Noté que todo lo que este hombre necesitaba estaba ahí dentro, como que su vida se resumía en esa billetera. Es increíble como revisarle la billetera a alguien puede darnos la sensación de que lo conocemos, es impresionante la cantidad de información que esto nos aporta. Adentro había, además del carnet de identidad: chequera electrónica, tarjetas de grandes tiendas y farmacias, entradas de conciertos de Camilo Sesto y Los Fabulosos Cadillacs, fotos, algo así como cincuenta lucas, muchas boletas de compras, recibos de pago, cuentas… pero ninguna tarjeta de presentación o algún número de teléfono donde llamar en caso de pérdida.
Pedí ayuda en Twitter. Varios amigos me sugirieron buscarlo en facebook. Eso hice, y de inmediato le mandé un mensaje con el asunto ENCONTRÉ TU BILLETERA. A continuación le di detalles del lugar donde la vi y le dejé mi número. Al poco rato me respondió, luego me llamó y acordamos juntarnos al día siguiente, es decir, ayer. Me contó que prácticamente se dio cuenta de la pérdida de su billetera cuando vio mi mensaje, que es un ‘cabeza de pollo’… por momentos su tono sonaba como disculpándose. Yo lo tranquilicé. Se escuchaba muy agradecido.
Y nos vimos en la boletería del metro. Intercambiamos unas pocas palabras; me reiteró su agradecimiento, le recomendé que para la próxima oportunidad pusiera un número de contacto y le conté que traté de contactarlo pronto, temiendo que hubiera bloqueado todos sus documentos. Me regaló una barra de chocolate y nos ahorramos los discursos.
Me gustó devolverle la billetera. Sé que es lo correcto y que simplemente no podría haber hecho otra cosa. Hace tres años perdí mis documentos; estaba desconsolada pero tener la tarjeta de Faride Zerán, con el número del ICEI, me permitió recuperarlos. En aquella oportunidad el generoso hombre que me los devolvió llamó a la Escuela y así pudo contactarse conmigo. Nunca dejé de estar agradecida, y hoy siento que le devolví el favor al universo.