III
2001
2001
Pasé el verano del 2001 escuchando El Caset Pirata, aprendiéndome cada letra y sin cansarme de escucharlas una y otra vez, sin dejar de impresionarme -yo jamás había escuchado algo así- ni de sentirme feliz por los descubrimientos que estaba haciendo: me enfrenté a esa explosiva versión de Estrechez de Corazón y a ese "buenas noches" que antecedía a la canción más ruda, gritona, despechada y sincera que he escuchado jamás, así como escuché por primera vez las improvisaciones de Jorge en Sexo, cuando éste entrevista a Claudio preguntándole si se define un tipo impetuoso, salvaje o romántico; o cuando interroga a Miguel sobre el color de sus ojos o si es velludo. La música de Los Prisioneros me acompañaba y me hacía sonreír en un comienzo de año que -por lo menos en su primer mes- fue bastante infeliz.
En esos años, mi madre estaba inscrita en el Bibliometro, y siempre pedía prestados, para ella y para mí, un montón de libros. Siempre -y gracias a ella- me gustó leer, así que solía disfrutar mucho del beneficio de poder leer tanto. Cierto día, mi madre llegó con algo que, aunque ahora cueste decirlo, es preponderante dentro de esta historia: Corazones Rojos, biografía no autorizada de Los Prisioneros, escrita por Freddy Stock. Independiente de lo que en la actualidad piense de ese libro, en esos momentos me impresionó; debido a mi gusto por la lectura, siempre he considerado que los libros son sagrados, entonces, que se hubiera escrito uno sobre el grupo, significaba que eran realmente importantes. Ese es el razonamiento que a mis doce años, hice. Básico y todo, me parece prácticamente fundacional: recién yo estaba empezando a adentrarme en la discografía prisionera, y ahora podría conocer su historia.
No hay que ser un supergenio para constatar la falta de rigor periodístico y en sensacionalismo que caracteriza al primer libro que se escribió sobre Los Prisioneros. Pero, por deplorables que sean estas características, no todo es tan malo. Pudo ser peor, por lo menos para mí. Nunca, ni siquiera en ese momento, magnifiqué el famoso triángulo amoroso; mentiría si dijera que no me sorprendió enterarme de algo así llegar hacia ese punto de la historia (el capítulo llamado, simplemente, "Diez"), mas preferí privilegiar lo musical... que hay poco, pero hay. De ese libro, rescato principalmente los extractos de canciones, que, tomando en cuenta que yo me había embarcado en una búsqueda frenética de canciones y de todo lo que me ayudara a saber más y más de Los Prisioneros, me sirvió bastante. Me ayudó a reflexionar mucho sobre el grupo, a darme cuenta de su importancia, y debo decir que cuando terminé de leerlo, tenía una sensación distinta. Me di cuenta de que Los Prisioneros no eran cualquier banda; tenían una historia (sacando detallitos rosas, claro) increíble, tanto como su vocalista y líder. Ya no había vuelta atrás: estaba completamente cautivada con ellos.
El 2001 fue un año muy bueno, y fue determinante para mi vida; esto, claramente, debido en gran parte a la arrolladora llegada de Los Prisioneros. No es exagerado decir que en mi vida existe un antes y un después marcado por ellos: una parte importante de lo que en ese momento empecé a ser, e incluso soy ahora, se debe a haberme encontrado con esas canciones y esa actitud, con ese pensamiento que me identificó tanto y me demostró que muchas de las ideas que tenía, p.ej., la de la unidad de los países latinoamericanos, no eran sólo mías; yo no era la única disparatada que creía eso, sino que Jorge González también pensaba lo mismo, por algo lo cantaba en Latinoamérica es un pueblo al sur de EEUU, canción que durante mucho tiempo fue mi preferida.
A un par de cuadras de mi casa, donde en la actualidad hay un McDonald's, estaba Musimundo, tienda que durante ese año visité constantemente, sobre todo para comprar cassettes vírgenes donde habría de grabar los especiales de la FM Hit (esa era la época en la que hicieron un par sobre Los Prisioneros, y gracias a eso conocí canciones como Amiga Mía, y me enamoré por completo) o las canciones que tocaban en Cuerdas Locales, el emblemático programa conducido por Paula Hinojosa, que fue tan importante para la gente de mi edad, los que todavía recordamos con mucho cariño ese programa que escuchábamos y grabábamos sagradamente, ya que constituía un aporte único y gigantesco a nuestra cultura musical. Me encantaba ir a Musimundo y mirar los discos, e imaginar que en un futuro cercano, podría tener todos los que quería, si es que, como mi madre había prometido, obtenía buenas notas. Esa práctica se mantuvo por muchos años; tal vez es por eso que acostumbraba a estar entre los mejores promedios de mi curso, porque sabía que ese esfuerzo académico se vería recompensado con un nuevo cd. Uno de los primeros discos que inauguró esta "tradición" fue, obviamente, un disco de Los Prisioneros: Corazones. Todavía me acuerdo del día en que fui con mi madre, que venía llegando del trabajo. Ya estaba oscuro, pero en esa tienda blanca, todo era luminoso y bonito. Ahí estaba, ¡y era mío! De sólo recordarlo, vuelvo a sentir la alegría de esa oportunidad, de ver a mi madre sonriendo con mi alegría, la boleta en mis manos y la sensación incomparable de abrir por primera vez esa caja, ver el arte, y, claramente, ponerlo en la radio -esa radio en forma de submarino amarillo que me regaló mi madre cuando cumplí doce años- por primera vez. Era un momento emblemático, por lo que, aunque me moría de ganas por saltarme al track 2 (Amiga mía), decidí dejarlo correr, sin dejar de escuchar ninguna canción. Corazones sigue siendo, todavía, mi disco más amado de la discografía de Los Prisioneros. Aunque no hay ninguno que no me guste, Corazones siempre tendrá un lugar de honor dentro de mí. El año pasado, cuando tuve la felicidad de conocer a Jorge, le pedí que me lo firmara. Ahí sí que el disco adquirió otro estatuto, y lo quise con más razón, ya que ya no se trataba sólo del disco que escuchaba una y otra, y otra vez, y que hasta mi madre terminó por memorizar. Ahora estaba autografiado por su creador, quien también lo declara su preferido.
Durante aquel año, la música de Los Prisioneros me ayudó a construir amistades que todavía mantengo, como la que tengo con la querida Fran Ferro. Nos gustaba cantar los temas prisioneros en clases, hablar de las letras o de la historia del grupo. Años después, fuimos juntas a un par de conciertos de nuestra amada banda. A esas alturas -mediados de año- yo conocía muchas canciones, me sabía las letras, las cantaba y las adoraba como jamás he vuelto a adorar la lírica de otra agrupación. Sin embargo, y conforme mi amor prisionero iba creciendo, también aumentaba la tristeza que me producía el que estuvieran separados: ¡tenía tantas ganas de verlos tocar alguna vez! No me bastaba con escuchar El Caset Pirata, yo quería verlos sobre un escenario. Odiaba haber nacido en 1989, año del principio del fin del grupo; solía reclamarle a mi madre no ser admiradora de Los Prisioneros, ya que de ser así, tendría por lo menos el consuelo de que ella me contara cómo eran esos conciertos de juventud, o podría haberme heredado el amor hacia la banda. A mis cortos doce años, sentía que había perdido demasiado tiempo, que habían sido muchos años sin conocerlos. En esos momentos, sólo podía escuchar las canciones y buscar recortes de prensa donde salieran ellos. Nada más.
Pero mis lamentos no duraron mucho. El 6 de septiembre, La Tercera publicó una noticia que me hizo, literalmente, saltar de alegría. El titular contaba que, por primera vez en doce años (¡los años que yo tenía!), Los Prisioneros grabaron una canción: Las sierras eléctricas, cuyo estreno, por supuesto, escuché y grabé en mi programa radial favorito: Cuerdas Locales. A esa noticia maravillosa siguió otra mucho, muchísimo mejor: mis amados Prisioneros, a quienes había jurado amor eterno, invariable, y a todo color, se reunirían a fin de año, para hacer un gran concierto en el Estadio Nacional.
En esos años, mi madre estaba inscrita en el Bibliometro, y siempre pedía prestados, para ella y para mí, un montón de libros. Siempre -y gracias a ella- me gustó leer, así que solía disfrutar mucho del beneficio de poder leer tanto. Cierto día, mi madre llegó con algo que, aunque ahora cueste decirlo, es preponderante dentro de esta historia: Corazones Rojos, biografía no autorizada de Los Prisioneros, escrita por Freddy Stock. Independiente de lo que en la actualidad piense de ese libro, en esos momentos me impresionó; debido a mi gusto por la lectura, siempre he considerado que los libros son sagrados, entonces, que se hubiera escrito uno sobre el grupo, significaba que eran realmente importantes. Ese es el razonamiento que a mis doce años, hice. Básico y todo, me parece prácticamente fundacional: recién yo estaba empezando a adentrarme en la discografía prisionera, y ahora podría conocer su historia.
No hay que ser un supergenio para constatar la falta de rigor periodístico y en sensacionalismo que caracteriza al primer libro que se escribió sobre Los Prisioneros. Pero, por deplorables que sean estas características, no todo es tan malo. Pudo ser peor, por lo menos para mí. Nunca, ni siquiera en ese momento, magnifiqué el famoso triángulo amoroso; mentiría si dijera que no me sorprendió enterarme de algo así llegar hacia ese punto de la historia (el capítulo llamado, simplemente, "Diez"), mas preferí privilegiar lo musical... que hay poco, pero hay. De ese libro, rescato principalmente los extractos de canciones, que, tomando en cuenta que yo me había embarcado en una búsqueda frenética de canciones y de todo lo que me ayudara a saber más y más de Los Prisioneros, me sirvió bastante. Me ayudó a reflexionar mucho sobre el grupo, a darme cuenta de su importancia, y debo decir que cuando terminé de leerlo, tenía una sensación distinta. Me di cuenta de que Los Prisioneros no eran cualquier banda; tenían una historia (sacando detallitos rosas, claro) increíble, tanto como su vocalista y líder. Ya no había vuelta atrás: estaba completamente cautivada con ellos.
El 2001 fue un año muy bueno, y fue determinante para mi vida; esto, claramente, debido en gran parte a la arrolladora llegada de Los Prisioneros. No es exagerado decir que en mi vida existe un antes y un después marcado por ellos: una parte importante de lo que en ese momento empecé a ser, e incluso soy ahora, se debe a haberme encontrado con esas canciones y esa actitud, con ese pensamiento que me identificó tanto y me demostró que muchas de las ideas que tenía, p.ej., la de la unidad de los países latinoamericanos, no eran sólo mías; yo no era la única disparatada que creía eso, sino que Jorge González también pensaba lo mismo, por algo lo cantaba en Latinoamérica es un pueblo al sur de EEUU, canción que durante mucho tiempo fue mi preferida.
A un par de cuadras de mi casa, donde en la actualidad hay un McDonald's, estaba Musimundo, tienda que durante ese año visité constantemente, sobre todo para comprar cassettes vírgenes donde habría de grabar los especiales de la FM Hit (esa era la época en la que hicieron un par sobre Los Prisioneros, y gracias a eso conocí canciones como Amiga Mía, y me enamoré por completo) o las canciones que tocaban en Cuerdas Locales, el emblemático programa conducido por Paula Hinojosa, que fue tan importante para la gente de mi edad, los que todavía recordamos con mucho cariño ese programa que escuchábamos y grabábamos sagradamente, ya que constituía un aporte único y gigantesco a nuestra cultura musical. Me encantaba ir a Musimundo y mirar los discos, e imaginar que en un futuro cercano, podría tener todos los que quería, si es que, como mi madre había prometido, obtenía buenas notas. Esa práctica se mantuvo por muchos años; tal vez es por eso que acostumbraba a estar entre los mejores promedios de mi curso, porque sabía que ese esfuerzo académico se vería recompensado con un nuevo cd. Uno de los primeros discos que inauguró esta "tradición" fue, obviamente, un disco de Los Prisioneros: Corazones. Todavía me acuerdo del día en que fui con mi madre, que venía llegando del trabajo. Ya estaba oscuro, pero en esa tienda blanca, todo era luminoso y bonito. Ahí estaba, ¡y era mío! De sólo recordarlo, vuelvo a sentir la alegría de esa oportunidad, de ver a mi madre sonriendo con mi alegría, la boleta en mis manos y la sensación incomparable de abrir por primera vez esa caja, ver el arte, y, claramente, ponerlo en la radio -esa radio en forma de submarino amarillo que me regaló mi madre cuando cumplí doce años- por primera vez. Era un momento emblemático, por lo que, aunque me moría de ganas por saltarme al track 2 (Amiga mía), decidí dejarlo correr, sin dejar de escuchar ninguna canción. Corazones sigue siendo, todavía, mi disco más amado de la discografía de Los Prisioneros. Aunque no hay ninguno que no me guste, Corazones siempre tendrá un lugar de honor dentro de mí. El año pasado, cuando tuve la felicidad de conocer a Jorge, le pedí que me lo firmara. Ahí sí que el disco adquirió otro estatuto, y lo quise con más razón, ya que ya no se trataba sólo del disco que escuchaba una y otra, y otra vez, y que hasta mi madre terminó por memorizar. Ahora estaba autografiado por su creador, quien también lo declara su preferido.
Durante aquel año, la música de Los Prisioneros me ayudó a construir amistades que todavía mantengo, como la que tengo con la querida Fran Ferro. Nos gustaba cantar los temas prisioneros en clases, hablar de las letras o de la historia del grupo. Años después, fuimos juntas a un par de conciertos de nuestra amada banda. A esas alturas -mediados de año- yo conocía muchas canciones, me sabía las letras, las cantaba y las adoraba como jamás he vuelto a adorar la lírica de otra agrupación. Sin embargo, y conforme mi amor prisionero iba creciendo, también aumentaba la tristeza que me producía el que estuvieran separados: ¡tenía tantas ganas de verlos tocar alguna vez! No me bastaba con escuchar El Caset Pirata, yo quería verlos sobre un escenario. Odiaba haber nacido en 1989, año del principio del fin del grupo; solía reclamarle a mi madre no ser admiradora de Los Prisioneros, ya que de ser así, tendría por lo menos el consuelo de que ella me contara cómo eran esos conciertos de juventud, o podría haberme heredado el amor hacia la banda. A mis cortos doce años, sentía que había perdido demasiado tiempo, que habían sido muchos años sin conocerlos. En esos momentos, sólo podía escuchar las canciones y buscar recortes de prensa donde salieran ellos. Nada más.
Pero mis lamentos no duraron mucho. El 6 de septiembre, La Tercera publicó una noticia que me hizo, literalmente, saltar de alegría. El titular contaba que, por primera vez en doce años (¡los años que yo tenía!), Los Prisioneros grabaron una canción: Las sierras eléctricas, cuyo estreno, por supuesto, escuché y grabé en mi programa radial favorito: Cuerdas Locales. A esa noticia maravillosa siguió otra mucho, muchísimo mejor: mis amados Prisioneros, a quienes había jurado amor eterno, invariable, y a todo color, se reunirían a fin de año, para hacer un gran concierto en el Estadio Nacional.
PIDO DISCULPAS; YOUTUBE NO ME PERMITIÓ ALGO MEJOR
(sí, sigue...)