Seguir siendo autorreferente, contar de mis crisis, de un concierto al que fui, de una canción, de las cosas que quiero hacer, de lo que ya no puedo soportar.
No voy a hablar de eso. Hoy no.Por primera vez enfrento la muerte de un profesor.
Sergio Salinas (1942-2007).
Uno de los fundadores del Normandie, socio fundador del Cine Club Nexo.
Mi profesor de Cine Clásico.
El que me enseñó quiénes eran los Hermanos Lumiere, Melies, Griffith, Eisenstein... El que quería que viéramos La Pasión de Juana de Arco, visionado al que nadie llegó.
El que ayer nos hizo el visionado de El Ciudadano Kane. Nos hizo una cátedra de aproximadamente media hora y luego la vimos. Fue el último. El que siempre tenía un saludo, un gesto amable para nosotros. Para mí. Nos permitió faltar a su clase para grabar el plano secuencia y nos puso presentes en la lista, sin problema alguno.
Siempre me saludó con una sonrisa y un gesto amable con la mano. Los mismos gestos que ayer, no sé cuántas horas antes de su muerte, vi por última vez. Yo, en el primer piso conversando con Felipe, Tito, Natybell y Chío. Él en el tercero, conversando con alguien. Tenía un vaso (supongo que de café) y seguramente un cigarro. No me fijé. Lo miré, lo saludé con la mano y le sonreí. Y desde mi ubicación vi lo mismo hacia mí. Eran las 17 horas.
Nos iba a dar un trabajo del neorrealismo italiano, para el cual anoche formamos los grupos. El viernes tendríamos que llegar a la clase con los nombres listos para que él los anotara y nos diera las instrucciones.
Quería hacer una clase recuperativa en diciembre. Las autoridades del ICEI no se lo permitieron.
No sabía usar el dvd. Tagua o Simón lo ayudaban.
Me dio su sonrisa amable incluso el viernes pasado, cuando llegué atrasada a la prueba. Me indicó dónde sentarme. Yo quería otro puesto, pero obedecí.
La clase de este viernes iba a tratar sobre Alfred Hitchcock. A tres clases de terminar el semestre, el año, se fue.Y da pena por él, por lo joven que aún era, porque se fue del mundo tan de repente, por lo poco que mis compañeros y yo alcanzamos a compartir con él. Por lo mucho que nos enseñó en tan poco tiempo.
Incluso dan ganas de llorar las propias desgracias, que de alguna manera se relacionan con esta pena, porque hablan de la injusticia, de no entender, de preguntar por qué, de los errores cometidos, de los que ya no están, de querer cambiar algunas cosas y no poder hacerlo, de los estúpidos enojos, de la gente con la que me he peleado... porque se pueden ir en cualquier momento, la vida (tan frágil que es) nos los puede quitar y dejar más de una deuda pendiente. Creo y siento que el profesor Salinas murió sin dejar sus asuntos terminados. Quizás sí, quizás no... quién sabe. Quién sabe si dejó este mundo reconciliado con todos, satisfecho por lo que vivió, feliz o en el fondo arrastrando uno que otro dolor. Tal vez la muerte fue tan súbita que no le permitió hacer nada. Lamentablemente, imagino que así fue. Ni siquiera sé por qué me entristece tanto. Me enfrento a la muerte por primera vez. No sé hacerlo. Creo que nadie sabe; es algo que sólo a costa de lágrimas y el sentimiento de injusticia se aprende. También creo que Salinas debe estar con Eisenstein y Welles fumando y hablando de cine. Y eso es más bello, más importante que cualquier cosa, incluso que nuestra propia pena, las pruebas que quedaron sin corregir, las clases inconclusas, los asuntos que él no alcanzó a resolver. Culpa de la muerte fulminante. De las cosas, que así son. Nada más.
Hasta siempre, profesor.