Prefiero ver A shot at Love with Tila Tequila, comer plátano y terminar de hacer la guirnalda. ¿Un balance, para qué? ¿Hay algo que decir sobre este año que - gracias... GRACIAS!- ya se va?
Este año fue raro. Es como si cada semestre hubiera sido un año distinto. En algún momento, se me desordenó y se fue haciendo cada vez más difícil. Todos los días eran terribles; a veces ni siquiera porque eran malos, sino por lo raros, porque pasaban tantas cosas pero no eran lo que yo quería ni como yo las quería. Ni de cerca. Todo fue perfectible, y de resultar, resultaba... sólo que no me traía beneficio alguno.
Durante este año me tocó perder como nunca. No entraré en detalles: con la palabra PAN, basta y sobra. Claramente, no fue lo único, pero ya no quiero hablar de las otras cosas. En todos los casos, y sobre todo ahora último, no quise ser la madura de siempre, la que entiende, la que pierde bien, pone la otra mejilla, sonríe, sigue adelante como si nada. No esta vez. Hasta cuándo; por qué siempre hay que ser tan correcta y ordenada (esa es harina de otro costal; dará para hablarlo en un próximo capítulo). La cuestión es que me enojé. Dejé de hablar, e incluso, mirar, al/los culpable/s de mi desgracia. Lloré. Mucho, y así y todo no fue suficiente. No entendía nada, lo pasaba mal por eso y pensaba mucho en las posibles respuestas a mis interrogantes. Eso, de todas maneras, es común en mí: si no me preguntara el porqué de todo, no sería yo.
Dije que esto no sería un balance. Nada de contarles más detalles de mis desventuras. No todo fue eso, obviamente. Sí hubo muchas cosas buenas: gente nueva y gente más cercana, proyectos, más independencia, menos miedo, mucha más seguridad. Ahora confío un poco más en mí.
Y ahora viene la parte de los deseos. Lo típico: seguir creciendo, ser feliz, mantener mis buenas notas, un chiquillo que me quiera y a quien yo pueda querer. Por qué no (¿o es que no lo merezco?). Y otros que me reservo, porque son para el futuro. Sí, el futuro, uno más lejano. Ese que me importa tan poco, y que a veces me cae tan mal.
Este año fue raro. Es como si cada semestre hubiera sido un año distinto. En algún momento, se me desordenó y se fue haciendo cada vez más difícil. Todos los días eran terribles; a veces ni siquiera porque eran malos, sino por lo raros, porque pasaban tantas cosas pero no eran lo que yo quería ni como yo las quería. Ni de cerca. Todo fue perfectible, y de resultar, resultaba... sólo que no me traía beneficio alguno.
Durante este año me tocó perder como nunca. No entraré en detalles: con la palabra PAN, basta y sobra. Claramente, no fue lo único, pero ya no quiero hablar de las otras cosas. En todos los casos, y sobre todo ahora último, no quise ser la madura de siempre, la que entiende, la que pierde bien, pone la otra mejilla, sonríe, sigue adelante como si nada. No esta vez. Hasta cuándo; por qué siempre hay que ser tan correcta y ordenada (esa es harina de otro costal; dará para hablarlo en un próximo capítulo). La cuestión es que me enojé. Dejé de hablar, e incluso, mirar, al/los culpable/s de mi desgracia. Lloré. Mucho, y así y todo no fue suficiente. No entendía nada, lo pasaba mal por eso y pensaba mucho en las posibles respuestas a mis interrogantes. Eso, de todas maneras, es común en mí: si no me preguntara el porqué de todo, no sería yo.
Dije que esto no sería un balance. Nada de contarles más detalles de mis desventuras. No todo fue eso, obviamente. Sí hubo muchas cosas buenas: gente nueva y gente más cercana, proyectos, más independencia, menos miedo, mucha más seguridad. Ahora confío un poco más en mí.
Y ahora viene la parte de los deseos. Lo típico: seguir creciendo, ser feliz, mantener mis buenas notas, un chiquillo que me quiera y a quien yo pueda querer. Por qué no (¿o es que no lo merezco?). Y otros que me reservo, porque son para el futuro. Sí, el futuro, uno más lejano. Ese que me importa tan poco, y que a veces me cae tan mal.