Bastante botado tenía el blog. Es que después de contar la "aventura gonzaliana", ¿qué queda por decir? ¿Hay algo que pueda hacerle el peso? No, definitivamente no.
Llegó marzo, que, como han de saber, es el mes de mi cumpleaños y el mes del reingreso a clases. Ya me había acostumbrado a las vacaciones. Quedan cada vez menos días para entrar y yo empiezo a constatar que necesito más tiempo. Para dormir más, para salir a caminar, para ver a tanta gente que no vi, o simplemente para hacer nada. No quiero, ya no quiero volver.
De vez en cuando vuelven los cuestionamientos; yo creo que es cosa del ocio (que ha sido poco, pero en las noches el tiempo sobra para recordar, planificar, imaginar y cuánta cosa más). Llega un momento en que no sé hasta qué punto tengo yo la razón, y hasta qué punto la tienen ellos ("quienes son ellos?", preguntaría Orlando Bloom, tal como lo pregunta en Elizabethtown). O que no sé por qué la vida se convierte en un continuo demostrar cosas. Demostrar que no eres estúpido, que eres trabajador, que eres buena gente, que eres amable y que nada te afecta. De repente me doy cuenta de que sin quererlo ni estar preparada, tengo que estar demostrando miles de cosas: que soy inteligente, que no soy una inútil, que sé cuidarme. Y que si no lo hago, sólo pierdo yo. Nadie más que yo.
Y de repente, además, leo demasiadas huevadas.
Llegó marzo, que, como han de saber, es el mes de mi cumpleaños y el mes del reingreso a clases. Ya me había acostumbrado a las vacaciones. Quedan cada vez menos días para entrar y yo empiezo a constatar que necesito más tiempo. Para dormir más, para salir a caminar, para ver a tanta gente que no vi, o simplemente para hacer nada. No quiero, ya no quiero volver.
De vez en cuando vuelven los cuestionamientos; yo creo que es cosa del ocio (que ha sido poco, pero en las noches el tiempo sobra para recordar, planificar, imaginar y cuánta cosa más). Llega un momento en que no sé hasta qué punto tengo yo la razón, y hasta qué punto la tienen ellos ("quienes son ellos?", preguntaría Orlando Bloom, tal como lo pregunta en Elizabethtown). O que no sé por qué la vida se convierte en un continuo demostrar cosas. Demostrar que no eres estúpido, que eres trabajador, que eres buena gente, que eres amable y que nada te afecta. De repente me doy cuenta de que sin quererlo ni estar preparada, tengo que estar demostrando miles de cosas: que soy inteligente, que no soy una inútil, que sé cuidarme. Y que si no lo hago, sólo pierdo yo. Nadie más que yo.
Y de repente, además, leo demasiadas huevadas.